El 8 de abril de 1994, Gary Smith, un electricista tocó el timbre de la casa de Lake Washington Boulevard en Seattle. Lo habían contratado para instalar unas luces exteriores y unas alarmas para evitar el acoso de los curiosos, precauciones a las que están obligadas las celebridades. Nadie atendió el llamado. El hombre esperó un rato y para ganar tiempo empezó el trabajo en la parte externa de la casa. Luego de un rato, a través de los vidrios del invernadero ubicado detrás del garage, vio un bulto con un arma encima. Creyó que se trataba de un maniquí. O, tal vez, eso fue lo que prefirió creer. Pero luego de unos minutos lo ganaron las dudas. Volvió a mirar por la ventana y se dio cuenta que el bulto en realidad era hombre que parecía dormido. Hasta que se dio cuenta que de su oreja derecha se iniciaba un sendero de sangre ya seca que seguía por el cuello. El electricista llamó a la policía.
Apenas ingresaron, los investigadores se dieron cuenta de inmediato que ese hombre estaba muerto. Se había suicidado. Un disparo en el medio del pecho, se destrozó el corazón. Cerca del cuerpo había una carta manuscrita y los documentos para que no tuvieran que mediar pericias para identificar el cadáver. La muerte se había producido hacía dos días y medio con un arma que había comprado por 300 dólares a nombre de un amigo.
Kurt Cobain se había suicidado. Tenía 27 años.
De esas noticias que una generación recuerda qué estaba haciendo cuando se enteró. Sacudió al mundo. Pero sorprendió a pocos.
A principios de los noventa la música estaba en problemas. Todo se parecía demasiado entre sí. Había dos o tres fórmulas que se repetían con sus mínimas variantes. Hasta que apareció, desde Seattle, algo que nadie vio venir: como ocurre con todas las revoluciones. Nirvana y el grunge. Poder, insatisfacción, fragilidad, rabia. Una generación encontró en Nirvana, en Nevermind y en especial en Kurt Cobain su representación. Inopinadamente, Nirvana se convirtió en la voz de una generación.
Pocas veces el cambio de época es tan evidente en el momento en que sucede. Por lo general la transformación se percibe un tiempo después, hay una transición en la que conviven las dos eras, y una vez que está consolidada la nueva situación o tendencia, se reconoce el cambio. Pero la semana de 1991 en que Nirvana llegó a la cima de los discos más vendidos quedó claro que se entraba a una nueva era. Era mucho más que un movimiento simbólico: Nevermind desplazó del primer puesto a Dangerous de Michael Jackson. Los tiempos estaban cambiando.
Cobain nunca se sintió cómodo con ese papel de vocero de un colectivo indefinido y monstruosamente enorme. Es más: él no representaba a nadie y sentía que malinterpretaban cada verso que cantaba. Tampoco estaba cómodo con la fama. Sentía que le faltaba el aire. Que todo se trataba de un error enorme del que él era el centro. Tal vez, lo que había sucedido era que nadie lo había entendido. Por un tiempo culpó a la producción de Butch Vig: “Por momentos parecemos Mötley Crüe”, dijo.
Cobain se deshacía en público. Sus actuaciones y apariciones alternaban entre momentos épicos y muy preocupantes. La heroína empezó a ocupar un lugar fundamental en su vida, a regirla.
El éxito de Nirvana sorprendió a todo el mundo. Pero el más conmocionado fue Cobain. No podía entender cómo había sucedido eso, no estaba en sus planes y, como tantos otros, no sabía lidiar con lo que le llegaba. Su incomodidad era evidente. En la semana que aterrizaron en el número 1, su cara estaba en la tapa de todas las revistas, fueron el invitado musical de Saturday Night Live. Cobain quería escapar de eso, su incomodidad era manifiesta. Su fuga fue hacia adelante. Viajó con su esposa Courtney Love a Hawaii y se casaron. Ella ya estaba embarazada de Frances.
La pareja estaba más cerca de ser Sid y Nancy que John y Yoko. La autodestrucción se retroalimentaba. Era parte (fundamental) de la dinámica de ese amor. El documental Montage of Heck muestra imágenes caseras, de la intimidad. Y lo que se descubre, sorprende pese a que podría haber sido evidente. Había amor entre ellos. Y ese amor se expresaba en una cotidianeidad, en complicidad. Y también en el descenso, juntos, al peor de los infiernos.
Ambos escapaban de familias rotas; ambos buscaban, casi con desesperación, una familia. Les pareció que lo mejor era formar la propia, sin importar las consecuencias. Cuando Courtney quedó embarazada no hubo un cambio de vida. Decidieron casarse y seguir inyectándose heroína. Frances Bean Cobain nació en agosto de 1992 en medio de una familia de heroinómanos. Trataron de salir de ese lugar pero la droga los empujaba hacia abajo.
Ese año la revista Vanity Fair publicó un largo perfil sobre Courtney. Fue devastador. Afirmaba que siguió inyectándose heroína durante el embarazo, que ella era la que arrastraba a Kurt y pintó un paisaje hogareño apocalíptico. Los fans y los allegados a Nirvana repudiaron el contenido del artículo. Pero el panorama que describía era tan desolador como cierto. La beba fue tomada en custodia por los servicios sociales durante un mes pero después fue devuelta a sus padres.
De todas maneras, culpar a Courtney de las adicciones de Kurt es, cuando menos, ingenuo. Tal vez para exculparla de la caída final, algunos remarcan que Kurt en su diario consignó que había incursionado en la heroína años antes de conocerla. Ella era dos años más grande que él, lideraba a Hole y tenía sus antecedentes de adicción. El enamoramiento fue instantáneo, se reconocieron como dos seres heridos por el mismo desamor. A Kurt le gustaba que Courtney decía en voz alta las mismas cosas que él pensaba pero que no se animaba a decir.
Courtney no lo tenía secuestrado. La acusaron de impedir, a la manera de una Yoko ultra junkie, giras de Nirvana después de su casamiento y de sumergirlo en la heroína. Pero no parece haber sido así. “Kurt sólo quería estar en casa, meterse heroína en el cuerpo, tocar el piano y pintar”, explicó ella.
Kurt sufría de dolores crónicos de estómago, en su juventud se manifestaron algunos problemas mentales y padecía de depresión. Todo eso agravado por la exposición a la fama sideral y repentina, los psicofármacos y la heroína.
Tuvo una infancia desdichada. La separación de sus padres lo afectó. Alguna vez contó que en esos años pasó por 28 casas diferentes. Sus padres no sabían cómo lidiar con él. Tampoco los colegios.
Después de la aparición de los dos primeros álbumes y del éxito inesperado y global, volvieron a entrar al estudio.
Para el tercer disco, la búsqueda se profundizó. Steve Albini fue el nuevo productor. Querían hacer menos concesiones. Un disco duro, puro. La discográfica creyó que se trataba de una broma cuando lo escuchó por primera vez. Algunos directivos propusieron no editarlo. Les parecía invendible, no había ningún hit. Pero In Utero salió y fue un paso adelante en el camino de la banda; o una inmersión más profunda para decirlo con mayor precisión. Le rehuían a la estilización. Era un aullido de dolor, casi desesperado, desafiante, de una frustración desgarradora. Tan crudo y salvaje que el título que Cobain, Novoselic y Grohl habían pensado originalmente era: I hate myself and I want to die (Me odio y quiero morir).
Unos meses antes del suicidio de Kurt Cobain, Nirvana grabó para el Unplugged de MTV. El show es una de las cumbres del formato. Si bien no estaba el ruido de sus grabaciones de estudio, el volumen alto y electrificado, las versiones son de una belleza estremecedora sin perder la actitud desafiante. Las versiones de una canción de Bowie y de un viejo tema de Leadbelly son reapropiaciones magistrales. Aún estragado por la adicción Cobain tenía mucho para dar.
El 5 abril de 1994 en su casa de Seattle no fue la primera vez que Kurt quiso quitarse la vida. En sus últimas semanas de vida se produjo un descenso veloz a las profundidades de su infierno personal.
En febrero de 1994, Nirvana empezó el tramo europeo de su gira mundial. Presentaban In Utero, el sucesor de Nevermind. Los shows fueron una especie de catástrofe. En el último, errático, desganado, Cobain decidió bajarse antes del escenario. La versión oficial culpó a las cuerdas vocales. Era el 1 de marzo de 1994 y la primera de las dos presentaciones previstas en Munich. Suspendieron la siguiente y durante horas se discutió si daban de baja toda la gira, si la postergaban unos meses. Pero decidieron continuar con el tramo italiano que se reanudaría el 11 de marzo. De ahí fue a Roma donde lo esperaban Courtney Love y Frances, la hija de ambos de poco más de año y medio. La mañana del 4 de marzo, Courtney despertó y encontró a Kurt tirado en el suelo. Se había caído de la cama. La pelea de las horas previas, la sangre que goteaba de la nariz, el frasco vacío de Rophynol y la botella en la alfombra le permitieron entender lo que había pasado. Se acercó y Cobain respiraba de manera casi imperceptible. Intentó reanimarlo pero esta vez fue imposible. Debía llamar a los médicos. Lo internaron de urgencia, le lavaron el estómago y le salvaron la vida. Cobain había tomado más de cincuenta pastillas y varias botellas de champagne. En la habitación encontraron una nota dirigida a Courtney que había escrito Cobain esa noche: “Prefiero morir antes que atravesar otro divorcio”. Ese divorcio al que se refería había ocurrido hacía casi dos décadas, era el de sus padres.
La gira se suspendió. Después de que Cobain estuviera cinco días internado, todos volvieron a Estados Unidos.
Kurt y Courtney se instalaron en Seattle. Pero nada mejoró. Unos días más tarde, el 18 de marzo, Courtney llamó al 911. Clamaba por ayuda. “Intento de suicidio, posible suicidio”, gritó por teléfono. Kurt estaba encerrado en su habitación. Tenía un arma en su poder. La policía llegó pronto. Confiscó varias armas (era la segunda vez en un par de meses que decomisaba armas de fuego del cantante) y frascos y blísters de pastillas. El músico dijo que no tenía la menor intención de suicidarse, que sólo se estaba ocultando de su esposa luego de una pelea. Pero nadie le creyó. Dos días después, otra descompensación por la heroína que casi termina en el hospital.
La semana siguiente, hubo una reunión en la casa del matrimonio. Krist Novoselic, bajista de Nirvana, otros amigos y hasta algún ejecutivo de la discográfica le rogaron que entrara a rehabilitación. Se lo exigieron. Courtney amenazó con divorciarse y Novoselic con disolver la banda. Kurt se negó a empezar un tratamiento. Reaccionó con violencia. Les gritó, los insultó y hasta se burló de la preocupación. Courtney, también consumidora consuetudinaria, viajó a Los Ángeles para empezar un tratamiento. Para evitar que se filtrara a los medios, el régimen sería algo extraño, casi como si fuera ambulatorio; pararía en un hotel. Cobain, poco después aceptó, ingresar a una clínica para iniciar la rehabilitación también en California. La tarde previa le pidió a un amigo que le comprara un arma y algunas municiones. Varios fans habían traspasado los límites de su casa en los últimos días y quería tener con qué defenderse por si algún desquiciado lo atacaba. La compraron juntos y unas horas después, Cobain viajó para iniciar el tratamiento. Los dos primeros días los profesionales lo vieron animado y colaborativo. La mujer que cuidaba a su hija Frances la llevó y padre e hija jugaron un rato. La tercera noche salió a fumar un cigarrillo al patio, trepó una tapia muy alta y desde allí saltó a la calle. Se fugó sin que lo notaran. Tomó un taxi que lo llevó directo al aeropuerto de Los Ángeles y abordó un vuelo hacia Seattle.
Sus familiares y amigos no supieron más de él. Algunos vecinos de la ciudad, declararon días después, lo vieron merodear por las calles de Seattle el 2 y el 3 de abril junto a un amigo al que nadie identificó. Su estado era malo. Muy demacrado, ido, desarreglado. Parecía muy enfermo. Llevaba un sobretodo largo y pesado pese al calor. Pero eso ningún familiar ni conocido lo sabía. Para ellos estaba desaparecido. No se había comunicado ni con su esposa, ni con su madre, ni con sus compañeros o un amigo. Todos estaban muy preocupados. En las jornadas posteriores ya no fue visto. Courtney contrató un investigador privado para dar con su paradero. Todas las pesquisas fueron infructuosas. Un día después, ante la falta de resultados, ella denunció su desaparición. Lo mismo hizo la madre de Kurt. Mientras tanto, Nirvana se bajaba del Lollapalooza y en la prensa circuló el rumor de que la banda se disolvía. Y desde el hotel de Courtney llamaron a la policía y a una ambulancia por una presunta sobredosis. Fue llevada de urgencia al hospital aunque recibió el alta horas después.
El 8 de abril fue el día del arribo del electricista, el del hallazgo del cuerpo del músico.
Al poco tiempo se dio a conocer el contenido de la carta que dejó antes de dispararse.
Estaba dirigida a Boddah, su amigo invisible de la infancia. Ese interlocutor le permitió hablar en la misiva a su esposa, a su hija, a los amigos y hasta a los fans.
Para Boddah: Esta nota debería ser muy fácil de entender. (…) Ya hace demasiado tiempo que no me emociono ni escuchando ni creando música, ni tampoco escribiéndola, ni siquiera tocando rock. Me siento increíblemente culpable. Cuando se apagan las luces antes del concierto y se oyen los gritos del público, a mí no me afectan como afectaban a Freddie Mercury, a quien parecía encantarle que el público le amase y adorase. Eso lo admiro y envidio muchísimo. No los puedo engañar, a ninguno de ustedes. No sería justo ni para mí. Simular que lo estoy pasando el 100 % bien, sería el peor crimen que me pudiese imaginar. A veces tengo la sensación de que tendría que marcar tarjeta antes de subir al escenario. Lo he intentado todo para que eso no ocurriese. (Y sigo intentándolo, créeme, Señor, pero no es suficiente).
Soy consciente de que yo, nosotros, hemos influido y gustado a mucha gente. Debo ser uno de aquellos narcisistas que solo aprecian las cosas cuando ya han ocurrido. Soy demasiado sencillo. Necesito estar un poco anestesiado para recuperar el entusiasmo que tenía cuando era un niño. En nuestras tres últimas giras aprecié mucho más a toda la gente que conocí personalmente, fans nuestros, pero a pesar de ello no puedo superar la frustración, la culpa y la hipersensibilidad hacia la gente. Solo hay bien en mí, y pienso que simplemente amo demasiado a la gente. Tanto, que eso me hace sentir jodidamente triste. (…) ¡Dios mío! ¿Por qué no puedo disfrutar? ¡No lo sé! Tengo una mujer divina, llena de ambición y comprensión, y una hija que me recuerda mucho cómo había sido yo.
Llena de amor y alegría, confía en todo el mundo porque para ella todo el mundo es bueno y cree que no le harán daño. Eso me asusta tanto que casi me inmoviliza. No puedo soportar la idea de que Frances se convierta en una rockera siniestra, miserable y autodestructiva como en lo que me he convertido yo. Lo tengo todo, todo. Y lo aprecio, pero desde los siete años odio a la gente en general… Solo porque parece que a la gente le resulta fácil relacionarse y ser comprensiva. ¡Comprensiva! Solo porque amo y me compadezco demasiado de la gente. Gracias a todos desde lo más profundo de mi estómago nauseabundo por sus cartas y su interés durante los últimos años. Soy una criatura voluble y lunática. Se me ha acabado la pasión, y recuerden que es mejor quemarse que desvanecerse de a poco. Paz, amor y comprensión. Kurt Cobain.
Frances y Courtney, estaré en su altar.
Por favor, Courtney, sigue adelante por Frances, por su vida que será mucho más feliz sin mí. Las amo. ¡Las amo!”.
La carta estaba escrita a mano, con letra apretada y nerviosa. La cita a la canción de Neil Young para cerrar. Y sólo reservó las mayúsculas para decir Las Amo, Las Amo.
Una ucronía que no tiene demasiado sentido: ¿Cómo sería Cobain hoy si no se hubiera suicidado en abril de 1994? ¿Cómo sería su obra? ¿Existió alguna posibilidad de que hubiera llegado hasta los 56?
Hoy Kurt Cobain cumpliría 56 años. El mito ya tiene más años de los que vivió la persona.