Si hay algo que agradezco de mi infancia era poder levantarme cada mañana y ver a través del balcón de mi casa buena parte de la ciudad. Podía ver desde el suroeste, a parte del norte y el centro de la capital. Desde ahí cada mañana, podía ver al Ávila erguirse imponente como protector de la ciudad. En las primeras horas del día parecía no tener competidor, hasta el sol se veía opacado al lado de su majestuosidad; sin embargo, en la medida que avanzaban las horas, la atención que se le podía dar tendía languidecer frente a la actividad humana.
Desde ese mismo balcón se veían las torres de Parque Central, que para el momento eran las más altas de Latinoamérica. Se veía la autopista Francisco Fajardo siempre llena de movimiento, automóviles circulando de una manera incesante en todas las direcciones. De la misma forma, podía ver parte del centro de la ciudad, lleno de personas caminando de regreso del mercado de Quinta Crespo con sus compras o esperando el transporte público.
Por otro lado, la vista no era solo a la parte urbana, también tenía una visión clara de unos sectores populares, con sus casas informales, sus escaleras casi interminables, con sus problemas, pero con una dinámica sin descanso. Cada noche me maravillaba al observar la forma como estos hogares iluminaban la montaña. Eso le daba vida a la noche de la ciudad, sobretodo porque siempre venía acompañada de música y por el incesante movimiento de los automóviles.
Asomarse a ese mismo balcón es una experiencia muy distinta desde hace un par de años. Las torres de Parque Central recuerdan a la desidia, recuerdan a un inexplicable incendio, la autopista Francisco Fajardo está casi vacía y de a ratos en total silencio, el dinamismo del sector popular se ha perdido, ya no suena la música y buena parte de las luces dejaron de brillar en las noches. Por lo cual, el paisaje ya no tiene contendor, todo la atención se centra en el imponente cerro El Ávila, en su búsqueda de sentido el caraqueño sube a Sabas Nieves, se maravilla con la montaña; y quienes están exiliados solo quieren recordar ese monumento natural. Sin embargo, yo sigo luchando para que Caracas vuelva a ser más que un paisaje.
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