El piso siete del Hospital Universitario de Maracaibo, donde se encuentran una docena de pacientes positivos por el nuevo coronavirus, le recuerda a José (*) a una película cristiana que vio hace algún tiempo.
Por Gustavo Ocando Alex / voanoticias.com
“Es como cuando los leprosos se escondían en las cuevas porque la gente los miraba mal”, cuenta a la Voz de América este venezolano de 30 y tantos años.
Una envoltura plástica transparente, con sus bordes sujetados con cinta adhesiva marrón, limita el paso de enfermos, médicos y enfermeros en la entrada del pasillo.
Son las 12:39 del mediodía del martes. José (*) tiene dos días recluido en el lugar, después de que una prueba lo confirmó como positivo de COVID-19.
Piensa en su esposa, en sus dos hijas adolescentes, en su madre. “Hasta a mi perro y a mis dos loros los quiero ver. Los extraño a todos”, comenta.
La semana pasada, tras 72 horas de dolores de huesos y cabeza, fiebre y molestias en el nervio óptico, acudió a la emergencia del hospital, categorizado por el madurismo como “centinela” para atender casos sospechosos de COVID-19 en la ciudad.
Una primera prueba rápida resultó negativa. Supo los resultados de otra, la PCR, a las 6:00 de la tarde del domingo, cuando las autoridades sanitarias le avisaron en una llamada que una ambulancia lo buscaría en su hogar. Su familia no se contagió, afirma.
“No tengo idea de dónde me contagié. Soy meticuloso con la limpieza”.
José comunica su nombre, ocupación y edad reales. Envalentonado, pide que lo mencionen oficialmente en su denuncia. Días después cambiará de parecer.
Comparte un video grabado la mañana del martes en el séptimo piso del hospital. En él, tres contagiados exigen a gritos que les den sus comidas y un mejor trato.
A la 1:16 de la tarde, ni él ni sus compañeros de pasillo han recibido el desayuno. En el centro de salud, prohíben a sus familiares entregarles alimentos, reprocha.
Tras el reclamo, permiten que sus cercanos les entreguen recipientes de comida. José come el arroz y la proteína animal con vegetales que le preparó su esposa.
“Si es por parte del hospital, no estuviera ni bebiendo agua. Aquí no nos dan ni agua fría. Siento que nos han tratado miserablemente”, se queja.
No es sino hasta las 3:00 de la tarde cuando recibe tres envases con arroz, arepas y frijoles preparados en la cocina del hospital: el desayuno, el almuerzo y la cena.
No lo han visitado enfermeros ni médicos. Tiene una única manta para recubrir su cama. Le da frío de noche, se queja. Tampoco ha habido agua potable en su piso.
“Esto es miseria total. Me he sentido un leproso. Lo veo (la hospitalización en Maracaibo) como: te tiran, ‘morite ahí’, a ver si aguantáis los 14 días’”, opina.
Entra la tarde. Luego, la noche. José se despide con temor a represalias por conversar con la prensa independiente sobre las condiciones de su hospitalización.
“Si no escribo más es porque los del hospital me quitaron el celular”.
“EL OLVIDO”
El miércoles, José amanece aún asintomático. Sigue preocupado por la falta de atención médica constante a los pacientes positivos por COVID-19 en su piso.
Ni un solo enfermero cruza la puerta de su habitación hasta el mediodía. Solo un médico, experto en urología, ha chequeado a los pacientes de su piso, precisa.
“No hay buen trato, ni cuidado”, escribe. “Esto es el olvido para nosotros. El piso siete se volvió como donde está la escoria”, prosigue.
El día anterior, la organización Human Rights Watch y Centros de Salud Pública y Derechos Humanos de la universidad estadounidense Johns Hopkins, emitieron un informe en el que advertían la precariedad del sistema de salud venezolano.
“No tiene las condiciones para lidiar con la COVID-19”, concluyeron los investigadores, que pusieron en tela de juicio las cifras oficiales en Venezuela.
El gobierno en disputa de Nicolás Maduro ha reportado poco más de 1.200 casos positivos y solo 11 muertes por el nuevo coronavirus, uno de los registros más bajos entre los países.
El reporte divulgado cuenta de escaseces similares a las descritas por José. A la 1:57 de la tarde, el hombre no ha recibido alimento alguno del hospital. “Es triste”, escribe.
Los días anteriores, de ingestas a deshoras y de absorción de fármacos fuertes como la cloroquina, le han afectado el estómago, asegura. La espera es “desesperante”, señala.
Está preocupado, confiesa. Voceros del hospital han acusado a un grupo de pacientes, él entre ellos, de azuzar las protestas por mejores condiciones en su piso.
En la tarde, por primera vez en 48 horas, hay agua potable en los grifos de los baños. José dice agradecer la mera posibilidad de bañarse.
“Uno quiere pasar su cuadro clínico estable, lo más cómodo posible, pero las situaciones no ayudan. No quiero seguir sufriendo de esta manera. Es desesperante”.
José escribe su último mensaje del día. Tiene tinte lúgubre.
“Quiero salir vivo, no en una bolsa”.
“EL MARTIRIO”
El umbral de la noche del miércoles y la mañana del jueves fue particularmente estresante para José y los residentes del piso siete del Hospital Universitario.
Recluyeron a nuevos pacientes. Uno de ellos, una mujer entrada en edad, según José, falleció a las 10:00 de la noche. Pasadas 12 horas, su cuerpo seguía en el cuarto.
Junto a José y su compañera de cuarto, una señora de 50 y tantos años, recluyeron a un hombre con síntomas de neumonía. A ambos, les preocupa un eventual contagio.
“No he podido dormir bien. Esto es un martirio. Se me disparó la tensión. Me dio angustia, yo estoy sano”, se explica José.
El coraje del hombre de los dos días anteriores ha desaparecido. Pide reservar su nombre. “No quiero más problemas de los que estoy pasando aquí”, argumenta.
La comida del hospital llega, pero con el retraso habitual: cuatro arepas, un pollo “sin gusto”, arroz con frijoles amarillo.
Admite que la atención sanitaria mejoró en comparación con la víspera.
“Vinieron más médicos, hay enfermeras más constantemente. Nos examinaron a cada uno. Hay todavía algunas fallas. No todo puede ser perfecto”, apunta.
El servicio de prensa del hospital difunde en sus redes sociales fotografías de la visita a esa y otras áreas donde se encuentran pacientes como José.
“Una comitiva especial tuvo productivo acercamiento con los pacientes hospitalizados en área dispuesta para pacientes relacionados con el COVID-19”, divulgan.
José dice sentirse “más tranquilo”. Espera recibir su alta médica la próxima semana.
Entre oraciones y el aumento de su paciencia, piensa en su esposa, sus dos hijas, su madre, el perrito y sus dos loros. “Los extraño a todos”, dice, como el primer día.
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