La escasez de alimentos ocasionada por el colapso económico de Venezuela obligó a Víctor Rojas a subirse a un autobús y cruzar la frontera con Colombia. Sin embargo, poco después de llegar, estaba asombrado.
En poco tiempo pasó de estudiar música en una universidad de Caracas, Venezuela, y formar parte de orquestas a tocar el violín por propinas en las calles de Bogotá.
No obstante, a los pocos meses de llegar, recibió un permiso especial de residencia que tiene como objetivo atender a la oleada de inmigrantes venezolanos. Con el tiempo, sus actuaciones callejeras se convirtieron en presentaciones regulares en bodas y graduaciones y el permiso le permitió formalizar su creciente negocio y obtener un apoyo económico.
El programa de permisos creado por Colombia en 2021 y que recibió el apoyo de Estados Unidos, fue aclamado como innovador y generoso, en particular para un país con poca experiencia en flujos migratorios masivos y se consideró un modelo potencial para los desplazamientos a gran escala en otras regiones.
En Estados Unidos, que aportó más de 12 millones de dólares al programa, los funcionarios encargados de diseñar políticas consideraron el esfuerzo como una forma de abordar la crisis migratoria en la frontera estadounidense.
Durante una visita a Colombia hace dos años, el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, calificó el programa como un “modelo para la región y, en muchos sentidos, modelo para el mundo”.
Gracias al programa, que fue anunciado por Iván Duque, quien en ese momento era el presidente de Colombia y un aliado conservador de Estados Unidos, casi todos los venezolanos en Colombia, incluidos muchos que no tenían una identificación con fotografía, gozan de un estatus de protección temporal que les permite vivir y trabajar legalmente durante diez años.
Rojas, de 26 años, comentó que su estatus de residente “cambió absolutamente todo”.
“Tuve acceso a la salud, tuve acceso a entidades bancarias”, agregó.
Desde cierto punto de vista, el programa ha tenido un gran éxito: más de dos millones de venezolanos se han registrado para obtener la residencia en Colombia.
Sin embargo, cuando se analiza desde otra perspectiva, esta política se está quedando corta, por lo que muchos venezolanos han salido de Colombia con dirección a Estados Unidos y han contribuido con la cantidad récord de venezolanos que llegaron a la frontera estadounidense el año pasado.
Aunque no hay datos disponibles sobre la cantidad de venezolanos con permiso colombiano que han emigrado, muchos de los que van rumbo al norte afirman que decidieron abandonar Colombia porque no ganaban lo suficiente como para mantener a sus familias.
Aunque Rojas ha encontrado estabilidad económica en Colombia, mencionó que no tenía planes de que el país fuera su hogar permanente.
Rojas comentó que, como creció estudiando música clásica, siempre soñó con ir a París y Nueva York, ciudades “de donde viene todo eso que me mueve el alma”.
Desde 2016, los venezolanos que huyen de la ruina económica ocasionada por la dictadura socialista del presidente Nicolás Maduro se han asentado principalmente en Colombia, Perú y Ecuador.
No obstante, cuando se corrió la voz de que la ausencia de relaciones diplomáticas entre Washington y Venezuela dificultaba el rechazo de migrantes, muchos decidieron arriesgarse y emprendieron la peligrosa travesía a través del golfo del Darién, una selva que une a Sudamérica con Centroamérica, lo cual creó una crisis humanitaria y política para el presidente Joe Biden.
La migración venezolana hacia la frontera estadounidense se disparó en los años recientes, hasta superar la cifra de 189.000 cruces el año pasado, en comparación con los cerca de 4500 de 2020. Esto ha convertido a los venezolanos en el segundo mayor grupo de migrantes, después de los mexicanos, que ingresan de forma ilegal a Estados Unidos.
Para Estados Unidos, el programa de visado temporal de Colombia llegó a considerarse una forma de atender la oleada, comentó Andrew Selee, presidente del Instituto de Política Migratoria de Washington.
“Con el tiempo, adquirió una mayor visibilidad como un medio de gestión de la migración en el hemisferio”, mencionó.
Sin embargo, en octubre, el gobierno de Biden cambió su enfoque de forma abrupta y empezó a expulsar a la mayoría de los venezolanos, utilizando una regla de salud pública de la época de la pandemia. Al mismo tiempo, la administración creó una nueva vía que permite que los venezolanos que no están en Estados Unidos soliciten un permiso humanitario, aunque los críticos dicen que el proceso es complicado.
Desde que Estados Unidos empezó a detener a los venezolanos que intentan ingresar al país, la cantidad que se han encontrado en la frontera bajó a menos de 100 al día en enero, en comparación con los cerca de 1100 diarios de la semana anterior al anuncio del gobierno de Biden en octubre, según datos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos.
Más de 7 millones de venezolanos, una cuarta parte de la población del país, han dejado su patria desde 2015 —la segunda mayor migración del mundo después de la ucraniana— y alrededor de un tercio se ha quedado en Colombia. Ambos países comparten profundos lazos lingüísticos, culturales y familiares y la estrategia hacia la creciente población migrante fue de inclusión.
Para Colombia, un país de renta media con 50 millones de habitantes, aceptar a 2,5 millones de refugiados no fue poca cosa, y la campaña para darles permisos a las personas a las que Duque solía referirse como sus “hermanos y hermanas venezolanos” fue elogiada internacionalmente.
“Esta política es realmente un modelo. ¿Qué país lo ha hecho?”, dijo Mireille Girard, representante en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. “Dar 10 años de protección temporal a un gran número de personas que lo necesitaban y con un país que tiene sus propios problemas”.
Los países vecinos también han establecido programas de visados temporales para los migrantes venezolanos: En Perú, 360.000 de los 1,5 millones de venezolanos en el país tienen estatus legal, mientras que en Ecuador 200.000 de los 500.000 migrantes venezolanos tienen un estatus similar.
Christian Krüger, exdirector de la autoridad de inmigración de Colombia, señaló que en 2014 el número total de extranjeros de cualquier país que vivían en Colombia era inferior a 140.000.
Cuando los venezolanos empezaron a llegar en grandes cantidades, las autoridades adoptaron una política de puertas abiertas distribuyendo varios tipos de visados, antes de establecer el programa más amplio de permisos temporales.
Por ejemplo, Rojas recibió por primera vez un permiso de residencia en 2018, antes de obtener el estatus de protección temporal en 2021.
El programa no ha estado exento de problemas. Fue difícil llegar a los solicitantes de zonas rurales sin acceso a internet ni documentación, comentó Ronal Rodríguez, investigador de la Universidad del Rosario de Bogotá que ha estudiado el programa de permisos. Muchos empleadores, trabajadores bancarios y profesionales de la salud no reconocen el permiso, agregó.
También ha habido demoras largas. Aunque 2,5 millones de migrantes venezolanos se han registrado para obtener el permiso, menos de 1,6 millones lo han recibido.
Los expertos dicen que estas fallas contribuyen a que los venezolanos decidan irse de Colombia.
Sin embargo, muchos venezolanos sugieren que hay una razón más importante: ni siquiera una política migratoria que parece generosa puede resolver los bajos salarios, la falta de movilidad ascendente y la elevada inflación que afectan a Colombia y a gran parte de Latinoamérica.
“No están saliendo por la política migratoria”, dijo Ligia Bolívar, socióloga de Venezuela radicada en Bogotá. “Todavía creen en el sueño americano”.
En una esquina enfrente de un restaurante de hamburguesas en Cedritos, un vecindario del norte de Bogotá apodado “Cedrizuela” debido a su gran concentración de venezolanos, se reunió un grupo de repartidores, todos ellos de la ciudad venezolana de Maracaibo.
Todos tenían historias similares. Dijeron que habían obtenido permisos temporales, pero que soñaban con vivir en otro lugar. Habían trabajado en autolavados, restaurantes de comida rápida y bares. Ningún empleo pagaba más que lo suficiente para sobrevivir.
En años recientes, los venezolanos se han convertido en el motor de lo que muchos trabajadores denominan una economía de repartición mal pagada y sobrexplotada en las ciudades colombianas, donde entregan alimentos y otros productos en motocicleta o bicicleta a personas con mayores recursos.
José Tapia, un repartidor de 24 años, utilizó su teléfono para mostrar los pagos: todos menores a 1 dólar. Mencionó que, en un día normal, ganaba unos 10 dólares, más o menos el equivalente al salario mínimo diario en Colombia.
Otro repartidor, Santiago Romero, de 39 años, ha vivido en seis países de Latinoamérica en los últimos cuatro años. Sin embargo, su objetivo final es Estados Unidos; ha iniciado el proceso de solicitud conforme el nuevo programa de libertad condicional y espera reunirse con su hermano en Las Vegas.
“Él mismo me dice: ‘Aquí las cosas están mejor’”, comentó Romero. “Que tienes que trabajar, pero está mejor”.
La regularización que ofrece el programa es “valiosa, pero por sí sola no responde a las necesidades de los migrantes”, dijo Laura Gil, viceministra de Asuntos Multilaterales de Colombia. Sin más inversión de Estados Unidos para mejorar las condiciones de vida en Colombia, añadió, los venezolanos seguirán marchándose.
Rojas, el violinista, encarna los beneficios de la política, pero también sus limitaciones. Según sus propias palabras, tuvo suerte de que el proceso para obtener su permiso temporal fuera relativamente sencillo y está “sumamente agradecido” con el gobierno colombiano.
Sin embargo, su objetivo final siempre ha sido Estados Unidos o Europa.
El año pasado hizo planes para cruzar el Tapón del Darién, pero se vio frustrado después de que el repentino cambio en la política fronteriza le cerró la puerta a la mayoría de los venezolanos. Ahora no sabe cómo, cuándo, ni adónde emigrará, pero no se desanima.
Como muchos migrantes venezolanos, afirma que desarraigar su vida una vez le facilitó volver a hacerlo.
“Migrar me hizo sentir libre, porque yo sentía que en Venezuela ya lo había perdido todo”, dijo Rojas. “Y ya no le tengo miedo a eso, porque me doy cuenta de que puedes renacer”.