“Pero lo característico de las democracias es que en ellas no hay especialistas en mandar y especialistas en obedecer”.
Fernando Savater
Las tiranías se levantan sobre el miedo que causan en las personas, el temor que inoculan en la mente de la ciudadanía ya sea por la represión que ejercen directamente con violencia y atropellos, por medio de la propaganda ideológica, la información tergiversada o las mentiras que propagan cuando hablan bajo el esquema de una hegemonía comunicacional.
La violencia, el amedrentamiento funcionan porque todos le tememos al dolor, porque estamos programados para sobrevivir y evitamos a toda costa cualquier amenaza que ponga en peligro nuestra vida o integridad física, que nos despojen de nuestras propiedades o que seamos privados de nuestra libertad.
Cuando leemos todos los días en los medios de comunicación sobre las agresiones que sufren otros venezolanos, ya sea como consecuencia de reclamar sus justas reivindicaciones, o por la arbitrariedad caprichosa de algún funcionario, comenzamos a sentir temor. Nos asusta que eso pueda pasarnos a nosotros y se incrementa con los atropellos que sufre la gente que conocemos o que es cercana a nosotros.
Y eso es precisamente lo que quieren los autócratas: que te asustes, que te llenes de miedos, que dudes de ti, que desconfíes de los demás y que pierdas la esperanza. Todos los tiranos saben que un pueblo con esperanzas, que confía en su poder no puede ser doblegado.
Es por eso que intentan, por todos los medios a su alcance, convertir la esperanza en decepción, en desaliento. Necesitan que la gente deje de creer que puede ser libre, que se decepcione para que pierda el vínculo con sus líderes, porque es de esa forma que un autócrata asegura su permanencia en el poder.
Para lograrlo utilizan toda clase de artimañas: mienten, deforman y ocultan la verdad; exageran con inventos que alimentan las ideas que desaniman; sobornan líderes opositores para desacreditar a todos los liderazgos. Saben que, si logran que un líder opositor traicione a sus seguidores, ese efecto se extenderá automáticamente al resto de los liderazgos. El Efecto Pigmalión utilizado maliciosamente para someter y mutilar a un pueblo.
Todo ese arsenal de maldad ha sido utilizado con éxito para desalentar a los venezolanos. Hoy nos encontramos sumidos en la desesperanza, el dolor, en el miedo y la desconfianza. La manipulación de nuestras emociones ha tenido efectos devastadores en los niveles de confianza, a tal punto que ya comenzamos a creer que no hay forma de acabar con este azote implacable y cruel que se ha propagado sobre Venezuela.
¿Estamos condenados a vivir aplastados y dominados? ¿Se ha perdido inexorablemente nuestra República en manos de una casta perversa de corruptos desalmados? ¿Podemos los venezolanos comprender lo que sucede y saber lo que debemos hacer? ¿Va la ciudadanía, el pueblo, las personas que padecen esta desgracia a permitir que se siga imponiendo la corrupción, el abuso, el atropello y la arbitrariedad? ¿Vamos a seguir creyendo en los espejismos y sueños imposibles de un liderazgo desconcertado?
No voy a responder a esas preguntas. Dejaré que cada persona que lea este artículo construya su propio criterio. Solo voy a decir algo que pudiera molestar, pero que alguien ya debió decir hace rato: el tirano se mantiene por los ardides y el miedo que genera, pero responsablemente asumamos que es también porque nosotros por errores u omisiones lo hemos permitido, unos mucho más y otros menos. Si no se ha sido capaz de conducir a este pueblo a la victoria, sin darle la guía necesaria para triunfar, si el balance final es fracaso tras fracaso, entonces ese mismo pueblo debe tomar las riendas del proceso. No debe esperar que un liderazgo que no ha dado respuestas siga al frente de una tarea que no ha sabido conducir. Ese liderazgo debe ser renovado por quienes, a diario, junto al pueblo, enfrentan la catástrofe que sufren; renovado por líderes cuyo interés primario sea, en compañía de su gente, guiarlos a la reconquista de la democracia. Esos son los que deben conducir el cambio.
No estamos condenados a permanecer sometidos por la corporación criminal que destruye el país. No estamos vencidos. Solo que ahora deben surgir los nuevos líderes que con claridad de propósito asuman la conducción de la lucha por un futuro esperanzador.
Luisa Ortega Díaz