Omar González estaba por abordar un avión en Barcelona, en el estado Anzoátegui, cuando recibió una llamada que le cambiaría la vida. Era su hijo. Le informó que Tarek William Saab, fiscal general, había emitido órdenes de captura contra seis miembros del comando de campaña de la líder opositora María Corina Machado. Entre ellos se encontraba él. Era 20 de marzo de 2024.
“Tenía dos alternativas. Si me devolvía, me capturaban. Y, si me iba, lo podían hacer en Maiquetía (en el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar)”, precisó González en entrevista con El Nacional. En medio de esa disyuntiva, decidió abordar el avión e intentar llegar al refugio en Caracas que sus colegas estaban coordinando. Así que, apenas el avión aterrizó en Maiquetía, se bajó lo más rápido que pudo y, para su sorpresa, pasó por los controles de seguridad sin ser detenido.
Al salir del aeropuerto, aprovechando que no llevaba equipaje, tomó el primer taxi que consiguió. “Le dije: ‘Arranca y ya te digo para dónde vamos’”, recuerda González. A primera hora de ese 20 de marzo, funcionarios de los órganos de seguridad del Estado habían detenido a Henry Alviarez, coordinador de organización de Vente Venezuela, y a Dignora Hernández, secretaria política del partido.
De pronto, durante el trayecto en el carro desde La Guaira hasta Caracas, recibió una llamada de Machado informándole que se habían hecho las gestiones para que pudiera asilarse en la embajada de Argentina.
“Al principio me resistí un poco porque lo veía como una medida exagerada. Yo no salía de mi sorpresa. Pero ella (Machado) insistió y fui a un sitio donde un carro de la embajada me recogió. Me pidieron que me tumbara en la parte de atrás del vehículo y, sin yo saber a quién me iba a encontrar, me llevaron a la embajada argentina”, contó González.
Para él, que pensaba que estaría solo, fue “una alegría” cuando se encontró con Magalli Meda, Pedro Urruchurtu y Claudia Macero en la sede diplomática. Luego se incorporaron Fernando Martínez Mottola y Humberto Villalobos. Entre todos ayudaron a coordinar la estrategia de la campaña presidencial para el 28 de julio del candidato Edmundo González y la líder opositora, María Corina Machado.
Ese recinto se convirtió en su cobijo por los siguientes 15 meses, hasta que González y el resto del equipo de campaña de la líder opositora consiguieron escapar a comienzos del pasado mes de mayo. La fuga se conoció como la “Operación Guacamaya”.
Un “refugio” que sirvió como base de operaciones
La primera sensación que tuvo Omar González cuando entró a la embajada fue la de estar en un sitio seguro, protegido de la persecución de los grupos represivos del gobierno de Nicolás Maduro. Gabriel Volpi, para entonces el encargado de negocios de Argentina en Venezuela, les proveyó de suficiente ayuda para que pudieran seguir con sus actividades políticas desde la embajada.
Desde allí se encargaron de diseñar los planes de seguridad para garantizar el mejor escenario electoral el 28 de julio, preparando a casi un millón de personas como testigos y desarrollando los mecanismos para obtener y procesar las actas con los resultados emitidos por las máquinas dispuestas por el Consejo Nacional Electoral (CNE). También mantuvieron los contactos con agencias internacionales de noticias, organismos como la ONU y la OEA, y los representantes del cuerpo diplomático en el país.
Pero una de esas responsabilidades, quizás de las más fundamentales, no se hubiera podido lograr sin la colaboración de los soldados y oficiales de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (Fanb), que custodiaron los 15.797 centros de votación dispuestos en todo el país mediante el Plan República.
“Allí hubo una actuación de las Fuerzas Armadas acorde con su juramento de defender la Constitución y las leyes venezolanas. Es la primera institución que tiene en su resguardo los resultados. En algunos centros, incluso, fueron los militares los que leían los resultados (por mesa electoral) al pueblo”, asegura González. Y concluye: “Si las cosas se hubieran puesto feas y las Fuerzas Armadas no hubieran cumplido con su obligación, probablemente no hubiéramos podido mostrar las actas que certificaron el triunfo de Edmundo González Urrutia”.
La publicación de las actas electorales tampoco habría sido posible sin la ayuda y coordinación de miles de voluntarios, entre miembros de mesa, testigos y ciudadanos comunes que se movilizaron para defender la integridad de los centros de votación, destaca González.
El comienzo del “calvario”
Todo cambió después del 28 de julio. Como primera movida, el gobierno de Maduro expulsó a los diplomáticos argentinos, a quienes le dio 72 horas para salir de Venezuela. Fue una medida tan abrupta que, según el relato de González, los diplomáticos tuvieron que dejar algunas de sus pertenencias personales en la embajada. Posteriormente, un acuerdo a tres bandas entre los gobiernos de Venezuela, Argentina y Brasil, permitió que éste último se hiciera con el resguardo de la sede diplomática argentina.
Como segunda acción que, de acuerdo con González, se notó tan pronto como los argentinos se marcharon obligados, fue el despliegue de decenas de funcionarios de los servicios de seguridad del Estado por los alrededores de la embajada de Argentina en Caracas. Omar González lo recuerda como el inicio del “calvario”. Esos funcionarios, la mayoría del Sebin, la Dgcim y organismos de la PNB, portaban armas largas y comenzaron a regular todo lo que accedía a la sede diplomática, desde alimentos y medicinas hasta las visitas de quienes llevaban los envíos. Poco a poco, también cortaron los servicios de energía eléctrica y agua.
72 horas después de las elecciones del 28 de julio, el gobierno de Brasil se hizo cargo de la representación diplomática de la embajada argentina en Caracas luego de que Nicolás Maduro los expulsara. Foto: cortesía de Omar González
González recuerda con una pequeña risa que el servicio de gas, que usaban para cocinar, no lo pudieron cortar porque afectaría a sus vecinos: la embajada de Rusia y la de Corea del Norte, con quienes sólo los dividía una pared ubicada en el patio. Así que, para aumentar el asedio, los funcionarios tomaron otra de las casas con las que la embajada argentina compartía muros. Pertenecía a una señora mayor de 80 años, a quien obligaron a desalojar. Luego se plantaron allí, incluso en posición de francotiradores.
Una de las cosas que sorprendió para mal a Omar González y el resto del equipo de campaña de Vente Venezuela en ese momento fue el silencio que mantuvieron el resto de los representantes diplomáticos en el país, pese a las denuncias y mensajes que ellos mismos le enviaban desde la embajada.
“Esto (la situación en la embajada argentina) se le denunciaba a los embajadores. Se le escribía a todos. Pero nunca emitieron ni una sola palabra al respecto”, dijo González.
Improvisar las comidas para sobrevivir en una embajada asediada
Sin servicio de luz ni agua, se tornó en una obligación idear planes para conseguir alimentos y mantener sus comunicaciones activas.
Hallaron una respuesta inicial en donde menos lo pensaban: un ventilador chino, equipado con celdas solares, que les permitió cargar las baterías de sus teléfonos, computadoras y cualquier otro aparato electrónico. Incluso lograron encender bombillos que usaron para iluminar los pasillos de la embajada. La oscuridad había provocado que uno de los colegas de González cayera por las escaleras y se le formara una herida que debieron cocer improvisadamente.
Ventilador usado para cargar los teléfonos.
“Aprovechamos los primeros días para conseguir la mayor cantidad de alimentos enlatados, no perecederos. Nos lo traían algunos motorizados, luego de que contratáramos servicios a domicilio de farmacias y algunos supermercados”, cuenta González. De esa manera acumularon latas de atún, sardinas, y algunas verduras y vegetales que algunas veces los funcionarios permitieron entregar. En busca de ampliar sus alternativas, hicieron un huerto para cultivar lo que consumían.
En la mayoría de los casos, a los motorizados los hacían esperar hasta cinco horas para entregar los productos, según González. También les preguntaban (los funcionarios) que por qué le hacían esos favores a los “terroristas” que estaban en la embajada. En otros casos, los funcionarios les arrebataban los alimentos y se los apropiaban. Un caso particular que rememora González fue cuando su familia le envió una torta por su cumpleaños y fueron los hombres con armas quienes se la comieron.
“Como no había luz, el agua de los tanques no llegaba a los grifos ni a las duchas porque no se podía bombear. Así que lo terminábamos cargando con recipientes. El problema es que no siempre era agua limpia, ya que provenía del fondo del tanque lleno de suciedad. Eso produjo problemas estomacales y de infecciones que tuvimos que hacer malabares para tratar”, expresó.
Gracias a las labores de la Cruz Roja y de un diplomático brasileño, según González, se permitió el ingreso de algunas medicinas que requerían con urgencia los asilados.
La Cruz Roja medió para que los funcionarios de seguridad que custodiaban la embajada permitieron el ingreso de medicinas para los asilados. Foto: Omar González
«Operación Guacamaya»
Durante los 15 meses de encierro en la embajada, la visita más común fue de las guacamayas. “La gente llegó a pensar que estábamos usando a las guacamayas como mensajeras para recibir las medicinas”, relata González con ironía.
“Cuando uno está en una situación de aislamiento total, las cosas materiales como las que uno tiene apego pasan a un segundo plano. Y adquieren relevancia cosas más importantes como la familia. Yo añoraba poderle dar un abrazo a mis nietos, a mis hijos, a mi esposa, con quien tengo 53 años de casado. Nunca había estado tanto tiempo separado”, sostiene.
Esos pensamientos, en conjunto con sus colegas, los hizo enfocarse en buscar salidas. Y así, de pronto llegó el día en el que tuvieron la oportunidad de escapar. Y lo hicieron.
Conocían los riesgos que corrían, pero el deseo de libertad los impulsó. Para sumergirse en esa aventura, a González le motivaba el hecho de poder reencontrarse con sus familiares. Había leído al psiquiatra austriaco Viktor Frankl, sobreviviente de los campos de concentración nazis y fundador de la logoterapia, que lo motivó.
“Me ayudó a comprender que si uno tiene un propósito de vida, un sentido de lo que está haciendo, lo hace sobrevivir a las penurias. Y nosotros teníamos ese propósito, que es conquistar la libertad y la democracia de Venezuela”, aseguró.
Si bien no es seguro brindar los detalles de la operación que les permitió escapar de la embajada, Omar González revela que escribió un libro sobre la “Operación Guacamaya”. “Lo publicaré cuando Venezuela sea libre”, afirmó.