La Asamblea General de las Naciones Unidas ha decretado el 21 de septiembre como el Día Internacional de la Paz en todo el mundo. Es un día dedicado al fortalecimiento de los ideales de paz. Sin embargo, “Vivir en paz” no es sólo una frase que se pronuncia para requerir un estado de tranquilidad momentáneo.
Para los venezolanos ha adquirido nuevas connotaciones y significados, que pasan por solventar la enorme crisis estructural que mantiene al país sumergido desde hace más de 20 años en un laberinto del cual no se vislumbran las salidas de corto plazo. El ciudadano, resiste, pero no encuentra los caminos que conduzcan a una paz verdadera y perdurable, en un escenario en donde las variables intervinientes, en ocasiones se convierten en extrañas y tuercen los caminos andados.
Según las cifras de las Naciones Unidas (2018) existen 7 millones de personas en estado de vulnerabilidad, en áreas prioritarias como agua, seguridad alimentaria, salud, protección de los desplazados, educación y nutrición (UNU-OCHA, 2019, p. 7). Según ENCOVI 2019-2020, 73% de los venezolanos no tiene como cubrir la canasta alimentaria, tenemos una pobreza crónica de 41% y pobreza reciente de 51% (ENCOVI, 2020).
Un reciente informe revela los mecanismos, organismos, responsables de la violación sistemática de los derechos humanos de los venezolanos (Consejo de los Derechos Humanos de la ONU, 2020). En un país bajo estas características no puede existir paz.
Pero la realidad es que, Venezuela ha pasado de una situación de conflicto a otra de violencia estructural, producto de la profunda y prolongada crisis que muestra sus efectos en: a) los niveles de pobreza alcanzados, b) el deterioro de la calidad de vida de los venezolanos, c) los altísimos niveles de inseguridad personal, d) la inflación más alta del mundo, e) el deterioro de la participación política y la democracia, f) el quebrantamiento del Estado de derecho, g) la violación sistemática de los derechos humanos, h) la pérdida de la autonomía del poder electoral i) la instalación de un sistema de gobierno de corte autoritario respaldado por un fuerte militarismo; j) la emigración masiva de venezolanos, de todos los estratos, hacia el extranjero debido a la grave crisis social y económica, k) la vulneración de la soberanía nacional, manifestada por la intervención y asesoría sistemática, progresiva y directa de extranjeros en la política doméstica venezolana, l) las desacertadas estrategias políticas de la resistencia opositora, m) una crisis política institucional sin precedentes, que se manifiesta en la duplicidad de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial y, el desconocimiento, por una parte de la población, de la persona que detenta el gobierno de la nación, n) crisis de los servicios públicos como agua, luz, telecomunicaciones, ñ) destrucción de la principal empresa estatal PDVSA, generando un crisis sin precedentes en el suministro de gas y gasolina, o) agravamiento de la crisis sanitaria producto de la pandemia por Covid-19 y, p) el deterioro medioambiental y de las reservas naturales de nuestro territorio.
Estas variables llevan a afirmar que estamos en un escenario de pérdida progresiva, sistemática y alarmante de la paz en Venezuela, haciendo de esta situación contextual, un escenario de crisis humanitaria compleja, cuyos caminos hacia la resolución son cada día más difíciles de alcanzar.
Ante este complejo escenario, las acciones para lograr la paz, pasan por solventar necesariamente los factores que impiden llegar a acuerdos verdaderos, tangibles y perdurables. Simultáneamente, es necesario transformar los patrones culturales que prevalecen en nuestro país; diferenciamos de este modo, el deseo de “vivir en paz”, de una verdadera “cultura de paz”.
La cultura de paz plantea un reto y un cambio profundo, significativo y duradero en los patrones de violencia activa en las sociedades que la padecen y la educación, la cultura y la acción ciudadana, en todas sus expresiones, se presenta como la vía con solidez estructural para alcanzarla. Ante lo señalado, pienso en una sociedad sostenida por la justicia, el respeto mutuo, la tolerancia, la convivencia ciudadana y el desarrollo de un estado de armonía deseable. Se puede esperar que los individuos en particular y las sociedades en su conjunto tengan la posibilidad de alcanzar el sueño utópico de la paz duradera, mediante la creación y consolidación verdadera de una cultura de paz.
Hoy más que nunca, cuando los caminos para la paz se transforman en un laberinto, es necesario seguir empujando para alcanzarla. Creo necesario restablecer la dignidad ciudadana para recomponer el pacto social que ordena la vida ciudadana, alrededor de la promoción y fortalecimiento de la convivencia pacífica en favor del sistema de democracia participativa que contempla la CRBV (1999), siendo la educación y el trabajo los medios para lograrlo. Propongo el rescate de la dignidad ciudadana a través de tres derechos: a) la educación, b) el trabajo y, c) la participación ciudadana. Éstos son procesos para alcanzar la construcción de una sociedad justa amante de la paz y, principalmente, una cultura de paz. Los derechos se transforman en acciones concretas desde nuestros ámbitos de influencia. Las formas de activación pueden ser muchas y variadas e implica un trabajo constante y sistemático.
Hoy, creo que el ciudadano comienza a entender que, la paz en Venezuela no es un asunto fácil. Nos toca seguir transitando por escenarios complejos e imprevisibles. El futuro de Venezuela será aquel que seamos capaces de construir todos juntos. Y será el sueño compartido que decidamos trabajar.
María Palomo
Politóloga UCV-Profesora UPEL-IPMALA