A veces sin trabajo, sin un hogar y en uno de los dos casos, sin su pareja, son hombres que no olvidan su responsabilidad de proteger y buscar un mejor futuro para sus hijos.
“Mary, con este dinerito vamos a prosperar, vamos a abrir un negocio”, recuerda haberle dicho Chander Osorio, un padre migrante venezolano, a su esposa. Eso lo repetía unas mil veces en su cabeza, porque sentía y siente el deber de dar seguridad, afecto, apoyo y sobre todo, ser de ejemplo para sus hijos.
Chander tiene tres hijos, salió de Venezuela en junio de 2019 porque no podía costear los medicamentos de su esposa con remisión de cáncer de tiroides y además le urgía darle una mejor calidad de vida a su familia.
Para él lo más difícil de la decisión de migrar fue separarse de su madre, quien lo crio sola tras la muerte de su padre cuando él apenas tenía siete años.
Osorio cuenta que la migración fue dura, pero a la vez le ha servido para sacarle el lado positivo a malas experiencias. Cuando llegó a Medellín su situación migratoria era irregular y no encontraba trabajo. Por fortuna, el dueño de un supermercado lo contrató y allí estuvo dos años.
Al salir de ahí, con la liquidación, decidió montar una legumbrería, o frutería, y se asoció con un agente policial del lugar para compartir las ganancias. Por desavenencias comerciales, resultó embaucado por el funcionario, lo que le ocasionó la pérdida de capital y de mercancía. Tuvo que empezar desde cero.
“Me quedé sin nada, pero eso me obligó a ser fuerte por mi familia y a seguir adelante. No podía lamentarme. Lo hecho, hecho estaba. Esa mala experiencia de principiante me enseñó a ser valiente, cauteloso y a desconfiar”, remarca.
Osorio afirma que ahora está tranquilo, con un trabajo que le permite mantener a su familia, y está convencido de que, por ahora, Medellín es su hogar. No se arrepiente de haber migrado. “Ha sido una experiencia de vida única”.
Asegura que la relación con sus hijos está basada en el cariño y el respeto. Y con toda esta situación de migrar, el vínculo creado entre ellos se ha fortalecido.
A la deriva
Kelvin Berríos se quedó a la deriva, con sus dos hijos, que ahora tienen 11 y 13 años de edad, luego de que su esposa los abandonó apenas llegaron a Colombia en el 2019.
Frustración, dolor, desesperación y orgullo, fueron muchos los sentimientos que experimentó a partir de ese momento. A pesar de la lesión emocional, a lo largo de los años, ha logrado florecerse y tanto él como sus hijos se han desarrollado bien dentro de la comunidad.
Decidió tomar las riendas y desde hace cuatro años se ha encargado de cuidar y educar a sus hijos. Con todo y sus vaivenes ha logrado que se adapten al mundo y a la realidad.
Cuenta que en estos años, en el Día del Padre, sus hijos lo consienten, preparándole jugos de fruta o regalándole chucherías. “Lo más importante es que pasamos el tiempo juntos”, afirma.
Lo más significativo de ser padre es que ha aprendido solo a superar las situaciones difíciles.
En Colombia llegó trabajando de todo, en lugares mal pagados, pero nunca le faltó empleo. Arrendó una casa, y se llevó a sus chicos. En la actualidad, ambos estudian y ocupan los primeros lugares con los mayores promedios de calificaciones académicas, son capitanes en sus respectivos equipos de fútbol y eso lo hace inmensamente feliz.
Kelvin no se arrepiente de haber migrado a Colombia, y asegura que la experiencia y el aprendizaje que ha obtenido hasta ahora lo han fortalecido.
Estos padres han creado redes de apoyo mutuo y han encontrado formas de mantener sus costumbres con sus hijos. Por lo demás, ha sido un proceso lleno de desafíos y sacrificios, pero gracias al trabajo duro y a la determinación, hoy en día, están viviendo una nueva realidad.