Padres se las ingenian para sacar a sus hijos adelante: el reto de trabajar en las calles de Venezuela

Redaccion El Tequeno
Venezuelan Astrid Prado, who is 8 months pregnant, is seen at a garbage dump in the border city of Pacaraima, Brazil April 13, 2019. Picture taken April 13, 2019. REUTERS/Pilar Olivares

El calor, fatiga por la espera y la incomodidad, son los retos diarios de hijos de algunos vendedores informales en el centro de Barquisimeto, quienes no tienen con quien dejar a sus niños en casa y ni les alcanza el dinero para pagar $1 diario de tareas dirigidas. Duermen bajo tarantines, los inscriben en escuelas céntricas, investigan sus tareas desde el teléfono y los más pequeños se entretienen con videos infantiles.

Guiomar López | La Prensa de Lara 

A la vista, solo tenía los zapaticos. Era un niño acurrucado sobre cartones cubiertos por una manta y con una mini corneta a su oído. Lo cubría la base de esa carretilla con peras, manzanas y cambures que ofrecía su padre, quien no se atrevió a declarar desde esa esquina de la carrera 22 con calle 32, en pleno mercado de El Manteco.

A pocos metros, venía Doris Mendoza gritando para que le compraran 4 caramelos por Bs 1, mientras en su mano derecha agarraba a su pequeña de casi 2 añitos. «Es la única manera de ganarme la vida y siendo madre soltera, pues me toca traerme a la niña», confiesa esa joven de 19 años, que viaja desde Chivacoa con la esperanza de vender 6 paquetes de caramelos al día. Esto le cuesta caminar varias cuadras de las carreras 21 y 22 hasta 4:00 p.m.

La niña es de fácil sonrisa, robusta y lucía un vestido manchado de todo lo que come. Ella señala que le tienen cariño en un restaurante céntrico y le hacen la caridad de darle almuerzo, así como permitirle bañar a la niña para cambiarle la ropa. «Dios no falta y aún haciendo para comer, necesito un colchón con urgencia», admite y recuerda que cuando la niña se duerme, le toca llevarla a cuestas, porque no tiene ni para comprar un porta bebé. Llega a su casa con los pies hinchados por el calor del asfalto y de sus caminatas kilométricas.

«Uno sin tener el apoyo de alguien confiable para cuidar los niños, toca traerlos», señala Mariela Rodríguez en su puesto de ropa deportiva junto a su hijo de 12 años. Él jugaba con su teléfono para hacer el tiempo más corto y ella se lamentaba porque ni siquiera le alcanza el dinero para pagarle tarea dirigida por las tardes. Averiguó y cobran entre $ 1 a $2 por día.

Otro caso con un niño de 2 años está en la calle 29, quien disfruta de las aventuras de «Tiburón bebé» por teléfono y cuyas manos inquietas intentan jugar con las herramientas de trabajo de su padre. Jonathan Jiménez es técnico y repara teléfonos, pero su esposa Lucianny a veces viene a ayudarle junto a su bebé. Ella trae todas las provisiones, le compran comida y cuando le ataca la fatiga, optan por llevarlo a subir y bajar las escaleras mecánicas de un reconocido centro comercial. «Además que él se relaja por un momento, con ese aire acondicionado», confiesa la madre sonriendo.

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