El presupuesto nacional solo tiene dos formas de financiamiento que la ortodoxia considera viables, a saber: impuestos y endeudamiento. La primera vía, la tributaria, se presenta cada vez con menos posibilidad de proporcionar los recursos requeridos para cubrir las necesidades fiscales, limitación esta que no surgió casualmente.
Todos recordamos el afán destructivo de la economía puesto de manifiesto por Chávez mediante los shows montados para llevar a cabo expropiaciones que en nada buscaban el interés público o social, llegando hasta extremos ridículos como la inclusión entre los afectados del edificio La Francia (esquina de Monjas), siendo este un inmueble perteneciente al propio Estado.
Con asombro vi a ministros invadiendo fincas; recuerdo uno exhibiéndose pistola al cinto como si de una película ranchera se tratara y otro destruyendo una plantación de caña de azúcar montado en un tractor. De ingrata recordación fue su cadena televisiva despidiendo con un pito a trabajadores de la nómina mayor de Pdvsa. Fue la expresión del odio visceral de su origen canalizado contra el mérito ajeno. En una inversión de valores, desechó a quienes le hubiesen podido aportar conocimientos y competencias, para rodearse de personas sin preparación, pero que exhibían credenciales de incondicionalidad a su proyecto absurdo. Sus colaboradores no eran los de mejor preparación sino los más sumisos.
En un pueblo ignorante, un aventurero resentido como él con una verborrea animada por su megalomanía exagerada, causaba un efecto de encantador de serpientes en sus seguidores.
Presumía poseer conocimiento histórico producto de unas clases que llegó a dictar a los cadetes de la Academia Militar. Se presentaba como si conociese con profundidad la historia patria, pero desde un principio se le vieron las costuras. El historiador Manuel Caballero fue muy atinado al catalogarlo diciendo de él que era poseedor de una cultura solapada, porque se fundamentaba en datos extraídos de las solapas de los libros. En un evento hizo referencia a la presencia de Bolívar y su tránsito por Machu Picchu, cuando cualquier persona medianamente instruida sabe que el Libertador murió en 1830 y la existencia de estas ruinas no fueron conocidas sino 81 años después, el 24 de julio 1911, cuando fueron descubiertas por Hiram Bingham.
Le escuché en una oportunidad revelar que el presidente de Bolivia -quien estaba presente- necesitaba 30 millones de dólares; que él se los había dado y que Evo habló de pagarlos. Agregando, con su risa sarcástica, que le había dicho que “cómo se le ocurría… que no tenía que pagar nada”. ¡Así manejaba el erario público! Creía sus propias estupideces. Cuando dijo que el barril de petróleo se iba a vender por encima de 500 dólares, realmente creía que sería así. De ahí su manirroto proceder. Por eso, en vez del trabajo productivo optó por el despilfarro.
En manos de tanta ineptitud era previsible el deterioro sufrido por la economía venezolana, evidenciado hoy en día en los casi ocho años de caída continua que ha registrado el ingreso nacional. Si la semilla del trabajo no germinó en su cerebro, tampoco el terreno del sucesor ofreció mayor fertilidad. ¿Y cómo puede haber recaudación fiscal en un cementerio de empresas? Se dedicaron a la destrucción con una gran eficiencia; hicieron de la ruina una bandera, y, ahora, con la producción en el piso, la obtención de ganancias es impensable, y sin ganancias no hay impuestos que las graven. Así las cosas, el financiamiento del gasto público por la vía tributaria se presenta cada vez más cuesta arriba.
La segunda fuente es la representada por el endeudamiento. Este es un camino que se presume que siempre estará abierto en este país, al extremo que, por exigencia legal, el presupuesto de ingresos y gastos públicos está acompañado por una ley de endeudamiento. O sea que ya se da por descontado que se va a gastar más de lo que se reciba.
Los ingresos presupuestarios de naturaleza ordinaria se generan en la actividad impositiva del Estado, abarcando el impuesto sobre la renta, IVA, impuestos sobre importaciones y demás exacciones fiscales. Una mención especial hay que hacer sobre la explotación petrolera, dada la importancia que ha tenido en la economía venezolana desde hace más de un siglo y, finalmente, a la manera como se han venido cuadrando las cuentas cuando los ingresos ordinarios resultan insuficientes, desequilibrio que es cubierto mediante incrementos del endeudamiento público.
La realidad de hoy en día es que estamos ante un Estado fallido, incapaz de atender sus más elementales funciones. Entre 2003 y 2016, como bien reseña el profesor García Larralde en artículo publicado el 13 de julio de 2021 en el diario El Nacional (“Nuestra difícil relación con el petrolero”), Pdvsa “…repartió más de 250 millardos de dólares en misiones y fondos diversos de ‘interés social’, dejándola exangüe, con una producción, hoy, de apenas la quinta parte de hace 20 años. Y agrega: “Con este populismo, tan exacerbado, se buscaba reemplazar la actividad económica privada, precipitando la ruina más absoluta.”
Cuando los ingresos ordinarios no son suficientes para cubrir los gastos aparece el déficit fiscal, y con él la interrogación sobre cómo financiarlo. La manera directa que surge como primera alternativa cuando los ingresos ordinarios no alcanzan para cubrir todas las necesidades presupuestarias consiste en acudir a la vía del endeudamiento. Este es un camino que puede conducir a situaciones buenas o malas según el uso dado a los fondos obtenidos de esa fuente.
Para comprender mejor lo que deseo expresar, piensen por un momento que la deuda pública venezolana es la sumatoria de los déficits fiscales de todos los gobiernos, tanto del actual como de los anteriores. Conocemos las consecuencias perniciosas de un endeudamiento elevado, y, aun así, la contratación de deudas adicionales siempre se considera como la primera alternativa, de allí la Ley Anual de Endeudamiento. Pero, bastaría recordar los angustiosos momentos vividos en Puerto Cabello, La Guaira y Maracaibo entre diciembre de 1902 y marzo de 1903 para concientizar lo grave y peligrosa en que puede devenir la situación.
Hay que estar muy claro en que la deuda externa puede generar elementos contrarios a la estabilidad republicana. En nuestro caso, precisamente cuando gozábamos de la mayor bonanza petrolera de toda la historia, Venezuela gastó todos los ingentes recursos percibidos y, no conforme con eso, se dedicó a endeudarse más como si ese festín de Baltasar nunca tuviese un final. Así llegamos al fatídico 2017, y presenciamos atónitos a un Nicolás Maduro anunciando el impago del servicio de la deuda y de sus principales.
En la actualidad, las perspectivas no son buenas, pues el saldo total adeudado se va incrementando por la acumulación de los intereses correspondientes, encima de lo cual habrá que adicionar la suma de las demandas que se irán interponiendo por parte de las empresas cuyos intereses resultaron lesionados por los arbitrarios despojos a que Chávez las sometió. En cuanto a la alternativa de acudir al mercado internacional de capitales en búsqueda de nuevo financiamiento, ya sabemos que no tenemos calificación crediticia para ello, ni el gobierno posee la facultad para sentarse a realizar convenios con ningún acreedor. Califiquen ustedes el futuro, pues yo no lo vislumbro nada claro. Por el contrario…
Obviamente, Venezuela no puede pagar lo que debe. Hay que renegociar la deuda. Pero ¿ustedes se animan a prestarle a alguien que se niega a rendir cuentas, incumple sus compromisos y encima es desafiante y amenazador? ¡Con un Estado maula no se negocia! Ya para concluir, les pido que revisen las reacciones surgidas con motivo de la reciente decisión del tan denostado FMI de asignar 650.000 millones de dólares en DEG a sus Estados miembros, de donde a Venezuela le corresponderían 5.100 millones de dólares. Destinarlos a honrar, en primera instancia, los compromisos vencidos que el Estado no ha pagado sería una manera decente de enviar una señal al mundo de que Venezuela es un deudor responsable que atiende con seriedad los compromisos contraídos; ¡pero no!, todas las opiniones surgidas apuntan a cómo gastar los nuevos recursos; ninguna se orienta a lavar la cara a ese deudor que lleva cuatro años en default y debería realizar esfuerzos orientados a tratar de recuperar su crédito.
Finalmente, el camino que le queda a un gobierno que no posee ingresos ni la posibilidad de encontrar quien le preste es la monetización de su déficit fiscal. Es lo que ha estado y continuará haciendo. No hay otra alternativa. Ya experimentó con la creación de una criptomoneda con esperanza de sacar riqueza de la nada. Los resultados son conocidos. De manera que la inflación llegó para quedarse… al menos hasta que Maduro se vaya y ¡ojalá sea pronto!