En minoría en una región dominada por los gobiernos de izquierda, el presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, tomó dos decisiones cruciales en política exterior: aceptará la invitación de Luiz Inácio Lula da Silva a encerrarse en una habitación junto a Nicolás Maduro, pero le dirá «no» al proyecto del jefe de Estado brasileño de resucitar Unasur, la Unión de Naciones Suramericanas.
«Si no voy (a la cumbre) le dejo el espacio a los demás para que elaboren las políticas a futuro de Latinoamérica, de América del Sur. Yo creo que hay que ir y hay que hacer escuchar nuestra voz», dijo Lacalle Pou durante una entrevista con EL MUNDO en su despacho de la Torre Ejecutiva de Montevideo.
En los primeros compases de su gobierno, que comenzó el 1 de marzo de 2020, Lacalle Pou sacó a Uruguay de la Unasur, el organismo que Lula quiere volver a poner en pie durante el retiro de presidentes sudamericanos al que convocó para el 30 de mayo en Brasilia. Y así seguirá siendo: Uruguay no cree que Unasur tenga sentido, ni siquiera ante las promesas de Lula y de la diplomacia de Itamaraty de dar forma a una organización más ágil, eficiente y sin politización.
«Si hubiera sabido que me ibas a hacer esta pregunta capaz que no te daba la entrevista, porque yo pensaba llegar a la Cumbre sin hablar de este tema. Pero no puedo rehuir a tu pregunta. No me gusta contestar esquivando: no ha cambiado mi opinión respecto de Unasur«. «Pero no parece lógico, ante una invitación del presidente de Brasil, decirle que no voy a ir. Porque tampoco hay que ser descortés», añadió.
Lacalle Pou, de 49 años, está al frente de una coalición de gobierno que engloba a cinco partidos que van de la derecha conservadora a los socialdemócratas, pasando por los liberales. El jefe de Estado uruguayo es habitualmente la voz discordante en foros como las Cumbres de la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), la Organización de los Estados Americanos (OEA) o la misma Cumbre Iberoamericana. También en el Mercosur se mueve en dirección contraria a sus socios. El uruguayo pone habitualmente el acento en las graves violaciones a los derechos humanos y la falta de libertad en Cuba, Venezuela o Nicaragua, algo que casi ninguno de sus colegas hace.
«A mí me preocupa mucho cuando empiezan a nacer organismos internacionales, que son los únicos seres vivos que nacen, pero no mueren. La superposición de organismos lo único que hace es quitarle fuerza a los que ya existen. Desde Uruguay tenemos: Mercosur, Aladi (Asociación Latinoamericana de Integración), OEA, Naciones Unidas. Para mí eso es lo necesario. Está todo representado. El foro de la Celac puede tener su razón de ser por su vinculación con toda América Latina y con otros bloques. Pero un foro, no un organismo. No hay que darle institucionalidad y burocracia».
Lacalle Pou tiene sospechas acerca de sus dos principales socios, Brasil y Argentina. El presidente, integrante de una familia clave en la historia uruguaya, cree que Lula y Alberto Fernández maniobran a sus espaldas para que uno de los grandes proyectos de su gestión, el Tratado de Libre Comercio con China (TLC), naufrague. «Yo no lo puedo comprobar, pero me imagino que ha habido gestiones diplomáticas con China, tanto de Argentina como de Brasil para manifestar que no ven con buenos ojos que Uruguay avance en solitario».
Hace ya casi tres años que Lacalle Pou insiste a los otros tres países del Mercosur para que se le permita a Uruguay negociar acuerdos comerciales por separado. Nunca obtuvo ese plácet, y la persistencia del jefe de Estado uruguayo llevó al Mercosur a tensiones inéditas, con duros enfrentamientos con Fernández y más solapados con Brasil.
Cuando se le pregunta por el acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea (UE), que lleva 23 años de negociaciones, Lacalle Pou tiende a ser pesimista, por más que Brasil y España liderarán en el segundo semestre las tratativas entre los dos bloques: «El pasado reciente y no tan reciente hace suponer que es una expresión de deseos».
«A mí me parece que estos procesos que duran años, y años y años generan desconfianza y no se adecuan al mundo moderno. En el mundo moderno las cosas tienen que pasar rápido. Me lo dijo Enrique Iglesias hace unos años en un almuerzo: el mundo es como un gran plato de spaghetti, está de una manera, lo movés un poco y el plato termina de otra manera. Y es cierto. En este mundo interconectado, que es un pañuelo, cada vez más chico, lo que hay que estar es liviano de cargas. Si te comprometes en procesos tan largos no estás tan liviano de carga».
El presidente uruguayo recuerda una conversación telefónica que tuvo hace unos años con Angela Merkel: le preguntó a la entonces canciller alemana si el lobby verde de Europa era el gran obstáculo para el acuerdo. «Y me dijo que no, que era un tema de Europa, un tema de procesos electorales internos de cada país. Además, agregó, y luego me lo dijeron explícitamente diversos presidentes, salvado ese obstáculo está el tema agrícola, donde Francia y otros países iban a jugar fuerte. Sumado a que acá en América del Sur el gobierno argentino dijo que había que rever algunos temas del acuerdo y Brasil tiene un discurso en un sentido y una acción que quizás no se corresponde tanto. Porque Brasil es una economía muy grande que tiene históricamente reflejos proteccionistas naturales».
Lacalle Pou no se queda ahí e incide en las ventajas de la mayor economía de América Latina: «Brasil tiene muchas negociaciones bilaterales con China en las cuales no involucra ni necesita al Mercosur. Entonces es como que está, no digo que en el mejor de los mundos, pero está en un mundo que le sirve bastante».
¿Fracasó entonces en su intento de forzar un Mercosur distinto y un panorama diferente para Uruguay? El presidente de Uruguay da a entender que no: «El planteo que yo me hago es, ¿y si no, qué? Nos habíamos comprometido a hacer determinadas cosas durante la campaña electoral. Es la primera vez que firmamos un acuerdo de factibilidad con China. Vamos a ver hasta dónde llega».