Con el anuncio de los dirigentes finlandeses de que quieren que el país se incorpore a la OTAN, y todos los indicios que apuntan a que Suecia haga lo mismo, está más claro que nunca que el intento de Vladimir Putin de reestructurar fundamentalmente el orden de seguridad europeo ha funcionado. Pero no ha funcionado como el presidente ruso había previsto en lo que se refiere a las relaciones OTAN-Rusia o Rusia-EEUU.
Por Infobae
La neutralidad como estatus en el derecho internacional y como postura en política exterior ya no se consideran formas viables para que los países más pequeños naveguen por las zonas de peligro de las rivalidades entre grandes potencias. El antiguo imperativo constitucional de ser neutral no ha protegido a Moldavia de las amenazas rusas de que podría ser el siguiente en la lista de territorios que el Kremlin quiere conquistar en sus intentos de restaurar una esfera de influencia rusa al estilo soviético.
La agresión rusa contra Ucrania -y la forma en que Putin la ha justificado de nuevo en su discurso del Día de la Victoria en la Plaza Roja- no ofrece ninguna confianza en que los principios fundamentales del orden de seguridad europeo establecido importen a Moscú. Esto ha sido así al menos desde la guerra entre Rusia y Georgia en 2008 y debería haber sido claramente obvio con la anexión rusa de Crimea y la ocupación de Donbas en 2014.
Pero la brutalidad de la guerra en Ucrania, su proximidad a las fronteras de la UE y la OTAN, y el peligro de que el expansionismo de Rusia no se detenga allí, hacen que sea fundamental para la supervivencia de los Estados cercanos replantearse sus acuerdos de seguridad. Eso es lo que están haciendo Suecia y Finlandia, y la respuesta que se les ha ocurrido es unirse a la OTAN.
La neutralidad ha funcionado, especialmente en el caso de Finlandia, tanto en la guerra fría como en la posguerra. Sobre la base del tratado de paz aliado con Finlandia de 1947 y el acuerdo finosoviético de amistad, cooperación y asistencia mutua de 1948, la neutralidad finlandesa significaba que el país no debía “concluir ni unirse a ninguna coalición dirigida contra” la Unión Soviética a cambio de una garantía aliada de la soberanía e integridad territorial del país.
Por lo tanto, la solicitud de Finlandia de ingresar en la OTAN podría considerarse un incumplimiento de la obligación que le impone el tratado. La Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados de 1969 es muy específica sobre el hecho de que “todo tratado en vigor obliga a las partes y debe ser cumplido por ellas de buena fe”. A menudo se hace referencia a esto con la noción de pacta sunt servanda (los acuerdos deben cumplirse).
Sin embargo, la convención también establece que puede invocarse un “cambio fundamental de circunstancias” como razón para retirarse de un tratado si “la existencia de esas circunstancias constituía una base esencial del consentimiento de las partes en obligarse por el tratado”. Está claro que la agresión de Rusia contra Ucrania constituye un cambio fundamental de circunstancias.
Profundización de las divisiones
Sin embargo, las consecuencias del desafío de Rusia al orden de seguridad europeo establecido van más allá de la probable adhesión de Finlandia y Suecia a la OTAN. Ucrania, junto con Georgia y Moldavia, ya se ha visto empujada a presentar una oferta de adhesión a la UE.
Estas candidaturas podrían tardar años en llegar a buen puerto. Pero significan una tendencia no sólo a una mayor alineación, sino también a una mayor división dentro de Europa. A medida que crece el antagonismo entre el este y el oeste, se reduce el espacio para que los Estados existan entre las potencias rivales.
Esto, a su vez, también puede tener implicaciones para otros Estados neutrales. Suiza se ha alineado cada vez más con la UE en cuanto a las sanciones a Rusia. Austria e Irlanda participan desde hace tiempo en la política común de seguridad y defensa de la UE. La respuesta firme y unida de Occidente a la agresión rusa contra Ucrania no hará sino consolidar aún más esta tendencia.
Por otro lado, aumentará la presión para que tomen partido los Estados actualmente no alineados en otros lugares del espacio postsoviético, como Azerbaiyán, Turkmenistán y Uzbekistán. Se les presionará para que se unan a la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva liderada por Rusia (de la que Azerbaiyán y Uzbekistán son antiguos miembros) o para que intensifiquen su cooperación con la Organización de Cooperación de Shanghai liderada por China (en la que Rusia ya es un miembro clave, junto a Uzbekistán, y Azerbaiyán un “socio dialogante”).
Consecuencias para Ucrania
La creciente división dentro de Europa y el fin de la neutralidad como enfoque viable para la seguridad nacional no solo están motivados por la injustificable invasión rusa de Ucrania. También tienen importantes ramificaciones en cuanto a su final. La idea de la neutralidad ucraniana como “solución” que aplacaría a Putin lo suficiente como para llegar a un acuerdo es ahora incluso menos viable.
¿Por qué se convencería a Ucrania con las garantías rusas de respetar su neutralidad si Estados como Finlandia y Suecia, que no están siendo atacados, ya no creen que la neutralidad garantice su seguridad?
Con la neutralidad fuera de la mesa, el espacio de negociación entre Rusia y Ucrania se reduce aún más y aumenta la probabilidad de que ambas partes busquen la victoria en el campo de batalla. Y ello a pesar del enorme coste que supondría una victoria militar y del hecho de que un estancamiento prolongado e inconcluso en forma de una larga guerra de desgaste es un resultado más probable.
Al final, un nuevo orden de seguridad europeo surgirá de las ruinas de la guerra en Ucrania. Será uno que nos llevará de vuelta a la guerra fría, aunque con el telón de acero dibujado de forma diferente. Quedará poco espacio, si es que queda alguno, para que los países puedan navegar por sus preocupaciones de seguridad entre los bloques rivales. Es probable que estas alianzas se consoliden y arraiguen más profundamente que nunca en las últimas tres décadas desde lo que se asumió como el fin de la guerra fría.
Este nuevo orden proporcionará más seguridad a los países alineados con la OTAN y la UE. El camino, sin embargo, será largo y estará pavimentado con inevitables contratiempos. La rapidez con la que lleguemos allí se determinará en Ucrania.
*Stefan Wolff es Profesor de Seguridad Internacional, Universidad de Birmingham