Hace 75 años, tras un proceso de 9 meses, el Tribunal internacional de Núremberg dictó 12 sentencias de muerte contra criminales nazis y otras varias de cárcel, en un juicio que cambió la historia del derecho penal.
Entre los condenados a muerte el caso más destacado fue el de Hermann Göring, que se suicidó antes de que se ejecutara la sentencia. Con Hitler, Goebbels y Heinrich Himmler ya muertos Göring era el nazi de más alto rango llamado a responder ante los jueces de Núremberg.
También Joachim von Ribbentropp, ministro de Exteriores de Adolf Hitler, estuvo entre los condenados a muerte.
Rudolf Hess, que había sido el segundo de Hitler hasta que hizo un vuelo misterioso en 1941 hasta el Reino Unido donde se lanzó en paracaídas, presuntamente con la intención de impulsar una iniciativa de paz, fue condenado a prisión perpetua.
Otros nazis destacados, como el jefe de las juventudes del partidos Baldur von Schirach y el último ministro de Armamento, Albert Speer, fueron condenados a 20 años de cárcel.
El comienzo de la confrontación con el horror
El tribunal se había creado por acuerdo de los aliados y fue la primera vez en la historia en que altos cargos de un Estado fueron llamados a juicio a responder por violaciones al derecho internacional y a principios humanitarios.
La significación de los juicios se ha transformado a través de la historia, pero desde el comienzo implicaron una confrontación con el horror, aunque al principio hubiera resistencia.
El premio Nobel Günter Grass sostiene, en su libro de memorias Pelando la cebolla (2006), que él solo aceptó la realidad de los crímenes del nacionalsocialismo cuando oyó por la radio que, tras las sentencias de Núremberg, Baldur von Schirach aceptaba haber tenido conocimiento del plan de exterminio de los judíos.
La experiencia de Grass, que asegura que no le había convencido lo que le contaron antes oficiales estadounidenses encargados de programas de reeducación, parece haber sido compartida por mucha gente en su momento.
En una encuesta realizada en la zona de ocupación estadounidense en noviembre de 1945, 65% aseguraba haberse enterado con el proceso de Núremberg de cosas que desconocían. En el verano del año siguiente la cifra había subido 87%.
Entre lo que los encuestados aseguraban haber oído por primera vez estaban los campos de concentración y los planes de exterminio.
Arrepentidos y renegados
Entre los condenados hubo algunos que desconocían la legitimidad del tribunal -Goering decía que se trataba de una justicia de vencedores contra los vencidos- como otros que mostraron arrepentimiento, como Schirach, Speer o Hans Frank, gobernador de los territorios ocupados en Polonia.
Ese arrepentimiento en algunos casos sin duda pudo haber estado marcado por el oportunismo. Frank, figura clave en el Holocausto, fue el más patético de todos al reconocer culpas.
«Considero que se trata de un juicio universal querido por Dios que tiene como objeto investigar y poner fin a la horrible era de dolor de Adolf Hitler», dijo Frank, que se había convertido al catolicismo al comienzo del proceso.
A Frank su arrepentimiento, sincero o fingido, no lo libró de la condena a muerte.
Speer fue menos dramático. «El proceso es necesario. Hay responsabilidad por crímenes horribles también en un Estado autoritario», dijo al comienzo.
Después, cuando fue condenado a 20 años, dijo, según el Diario de Núremberg, del psicólogo Gustave M. Gilbert, que la condena era «suficientemente justa». «No me hubiera podido imponer un castigo más leve en vista de los hechos. Había dicho que las sentencias debían ser severas y reconocí mi parte de culpa. Sería ridículo quejarme», dijo Speer en conversación con Gilbert.
Frank, en cambio, al enterarse de su condena a muerte, soltó una carcajada. «Algunos creyeron que podían quedar libres del hitlerismo pero solo nosotros seremos libres», dijo con respecto a los condenados a muerte. «Nos ha tocado la mejor parte».
Speer, tras salir de la cárcel, se convertiría en una figura mediática en Alemania y sus memorias fueron un éxito de ventas. Después de su muerte muchos historiadores han sostenido que su responsabilidad en los crímenes nazis había sido mayor de lo que se sabía durante los juicios y que en vista de ello habría debido ser condenado a muerte.
Las bases jurídicas para el proceso fueron fijadas por el Tratado de Londres entre las potencias aliadas -Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y la Unión Soviética- en el que se determinó el estatuto para la creación del tribunal con fiscales y jueces de los cuatro países.
La idea era hacer varios procesos ante ese tribunal, pero al final -por diferencias entre los aliados- solo se realizó uno que se inició el 20 de noviembre de 1945 y terminó con la lectura de las sentencias el 1 de octubre de 1946. En todo caso, el llamado estatuto de Londres está considerado como un precedente de lo que sería posteriormente el estatuto del Tribunal Internacional de la Haya.