Cada mañana se despiertan y contemplan los cerros de Caracas. Los días en que las protestas llenan las calles pueden oír los cánticos. Pero saben que, si dan un paso fuera de su recinto, podrían ser detenidos y encarcelados.
Desde hace cinco meses, cinco altos miembros del partido de la líder de la oposición venezolana, María Corina Machado, viven en la residencia diplomática argentina donde solicitaron asilo después de que el fiscal general del país emitiera órdenes de detención contra ellos.
Y desde esta casa, situada entre las residencias diplomáticas de Rusia y Corea del Norte, los principales asesores de Machado han dirigido una de las campañas presidenciales más importantes de la historia del país.
De alguna manera, a pesar de las restricciones a su libertad, los cinco asesores no solo se las arreglaron para ayudar a organizar una campaña de participación electoral que hizo que millones de personas asistieran a las urnas el día de las elecciones, sino que también movilizaron a miles de observadores para recoger las actas que demostraran que su candidato había ganado.
Sus esfuerzos contribuyeron a que Estados Unidos reconociera como ganador al candidato de la oposición, Edmundo González, mientras que muchos otros países se han negado a reconocer la declaración de victoria del presidente Nicolás Maduro.
Sin embargo, a pesar de todo esto, Maduro sigue en el poder y los cinco siguen atrapados en la residencia argentina. Esperan un salvoconducto para salir del país.
Todo comenzó el 20 de marzo, cuando dos altos dirigentes del partido de Machado, Vente Venezuela, fueron arrestados y enviados a un conocido centro de detención venezolano conocido como el Helicoide.
Durante meses, la campaña había estado en alerta máxima. El gobierno autocrático de Maduro había accedido a celebrar elecciones libres en octubre como parte de un acuerdo con Estados Unidos para levantar sanciones severas. Pero las autoridades habían estado poniendo obstáculos desde entonces, incluso intimidando a los políticos de la oposición.
Algunos funcionarios de la oposición se habían escondido temporalmente y la mayoría vivía en un estado de paranoia.
Tras las detenciones del 20 de marzo, un responsable de campaña de la oposición, Pedro Urruchurtu, empezó a temer que él y otros altos cargos del partido fueran los siguientes. Rápidamente, recurrió a todos sus contactos diplomáticos en busca de alguna embajada que les diera asilo.
Uno de esos contactos era el encargado de negocios de la misión de Argentina, Gabriel Volpi.
“Nos están buscando”, recordó que le dijo Urruchurtu por teléfono.
“Dame 15 minutos”, respondió Volpi.
“Si puedes, que sean 10”, dijo Urruchurtu.
“OK, trato”.
El plan ya estaba en marcha cuando el fiscal general de Venezuela anunció en rueda de prensa que iba a dictar órdenes de detención contra Urruchurtu y otros cuatro funcionarios del partido: Magalli Meda, Humberto Villalobos, Claudia Macero y Omar González. También nombró a Fernando Martínez Mottola, asesor de una coalición de partidos de la oposición.
Los que se encontraban en Caracas, la capital, se escondieron de inmediato y Volpi envió automóviles para llevarlos a la residencia del embajador, donde recibirían protección del gobierno argentino (Argentina no tiene un embajador designado en Venezuela actualmente).
Omar González, de 74 años, que dirige la campaña de Machado en su estado de Anzoátegui, estaba a punto de embarcar en un avión con destino a Caracas para un viaje de trabajo cuando su hijo lo llamó para informarle de la orden de detención, según declaró en una entrevista. Tuvo que tomar una decisión en una fracción de segundo: abandonar el aeropuerto o subir al avión. Decidió seguir con sus planes de viaje, pues concluyó que en Caracas sería menos reconocible.
Tras aterrizar, dijo que caminó rápidamente por el aeropuerto sin mirar a nadie y se subió al primer taxi que vio.
“Arranca”, le dijo al conductor. “Y después te digo para dónde vamos”.
Dijo que en cuestión de 30 minutos recibió instrucciones de dirigirse a la residencia argentina. Cuando llegó, se encontró con que algunos de sus colegas ya estaban allí.
“Fue como si hubiera visto unos ángeles”, dijo.
Mientras se asentaban en sus nuevas vidas, la sensación de alivio fue sustituida por un sentimiento de urgencia. Todavía tenían que gestionar una campaña, por lo que su tiempo se llenó de reuniones virtuales. A veces dormían tan solo cuatro horas al día a medida que se acercaban las elecciones del 28 de julio.
Meda, mano derecha de Machado, solía acompañar a la líder opositora cuando recorría el país. Ahora hacía videollamadas en aislamiento.
“A mí me gusta el contacto humano”, afirmó Meda. “Yo necesito trabajar con los equipos. Estoy acostumbrada a tocarlos, a verlos, a saber cómo se sienten. Y esto pasó a tener unos audífonos pegados todo el día y de verdad me siento a veces que me estoy quedando sorda. No es mi naturaleza”.
En las entrevistas, los cinco responsables de la campaña dijeron sentirse afortunados por haber evitado por poco el destino de sus colegas encarcelados, pero describieron estar viviendo en un estado de tensión e incertidumbre constantes, sabiendo que en cualquier momento sus circunstancias podían cambiar.
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