El más reciente libro de Víctor Guédez publicado por el sello editorial ABediciones|UCAB, De la hermenéutica a la erótica del arte, se lanzará el próximo 21 de agosto a las 4:30 de la tarde en la librería El Buscón, ubicada en Trasnocho Centro Cultural. El libro —que será presentado por el escritor, cronista y crítico de cine, Rodolfo Izaguirre, la crítica y curadora de arte María Elena Ramos y el artista visual Jorge Pizzani— es un giro de 180 grados en el proceso de reflexión que Víctor Guédez ha venido desarrollando durante décadas en torno el hecho artístico, un ejercicio que ha sido vertebral en su propia vida.
El autor de este libro sin duda ha llegado a un punto de inflexión en el que decide entregar su cuerpo al arte, pero no, no se trata de ejercer o prestar su cuerpo al body art. Esta vuelta de tuerca más bien tiene que ver con entregar cuerpo y espíritu a una experiencia que no pase por la interacción crítica sino trascenderla a un ejercicio erótico, entendido como una forma libre de “posesión, sin apropiación, sin captura”.
En Vanguardia, transvarguandia y metavanguardia (1999), el autor ya advertía que vanguardias modernistas se habían agotado “dando vueltas sobre sí mismas”, y fuimos testigos acerca de cómo “se evaporaron en la apropiación de recursos de la literatura, la tecnología, los ensamblajes, la experimentación”. Guédez dio los primeros pasos hacia su nuevo libro, De la hermenéutica a la erótica del arte, cuando lo que veía le planteaba “una mirada más vertical del arte, sin pasado ni futuro, sino simplemente solapas que se abren en un determinado momento” para llegar a una especie de pacto a través del cual entiende que “en el arte no puede hablarse de progreso. Es decir, que en lugar de progreso hay una ampliación de la sensibilidad. Ningún arte se sustenta en la erradicación de aquel que lo precedió, sino que complementa las solapas de un abanico que cada vez son más abiertas”.
Ha publicado este autor tres libros sobre aforismos y arte y con ellos ha venido dando vueltas al pensamiento sobre el arte y sus expresiones en el mundo contemporáneo. Ha puesto de patas para arriba “la interacción crítica y el comportamiento de los distintos factores que rodean el arte y conforman una especie de ecología dentro de la cual se mueve”.
Confiesa que ese modelo de trabajo lo llevó a desarrollar lecturas “muy tramadas, asociadas a categorías atadas a pautas, a códigos de lectura, de interpretación”. Y, más aun, todo eso “requería de una taxonomía, de recursos para la lectura y, por supuesto, significaba grandes niveles de complejidad y exigencia intelectual”, confiesa, que ya no le dan placer. El paso del tiempo fue desgastando la relación del autor con el objeto. Toda vez que se enfrentaba a la obra se iba despojando de esas capas que ahora le resultaban algo rígidas, capas de ropas de las que se fue despojando entre el invierno y el verano, hasta quedar desnudo frente al arte, y esa fue su ganancia.
“Con la laxitud que ha logrado el arte, las indeterminaciones, yo también he ido adoptando una postura más flexible, más libre, dejando que el arte en su propia libertad convoque mi libertad para hacer una lectura mucho más plural y no tener que escribir más sobre eso”, dice de manera categórica. “Ahora prefiero que las obras me seduzcan, me convoquen, me embriaguen. Y así llego a un acercamiento erótico, que es la sensualidad promovida por un gozo sin posesión, sin apropiación, sin captura”.
El sujeto de interpretación y el objeto interpretado se relativizan, dice Guedez. “La manera más natural y enriquecedora con la cual yo ahora me aproximo al arte es cuando estoy seguro de que me he liberado y puedo sentirme seducido y no obligado a su lectura, a su interpretación y a escribirlo. Mi proceso ha sido ir más allá de la crítica hacia el disfrute vivencial con el arte”.
Para Guedez, “la hermenéutica es conocimiento interesado, mientras que la erótica es placer desinteresado”. La pregunta es: ¿Estará Víctor Guédez pensando en serio en dejar de escribir sobre arte? Tal vez lo responda el próximo 21 de agosto en El Buscón, el lugar donde todos se encuentran.