Fernando lleva más de un año repitiendo cada quince días la misma rutina. Madruga para ‘agarrar’ un buen puesto en la cola y poder surtir combustible en la carretera Panamericana.
Suele llegar a la fila sin desayunar, él sabe que salir un minuto tarde de su casa puede significar no agarrar el ticket que garantiza llenar el tanque. No se preocupa, a la altura del kilómetro 18 se mantiene atento, en cuestión de segundos, sobre la cola de carros, observa la mano de Ángel.
Ambos actúan de forma automática. “Buenos días” dice él mientras baja el vidrio con una mano y con la otra toma sencillo del tablero. Él responde con un gesto, mientras con una agilidad que sólo da los años de experiencia saca un pequeño vaso donde sirve, sin derramar una gota, la dosis justa de café que necesita Fernando a las 4:45am.
Tras el carro del joven, dos personas más esperan su turno; ellos son parte de los cientos de conductores que cada mañana consumen decenas de litros de café que venden en varios puntos de la Panamericana, quienes viven de las colas.
Ángel tiene año y medio en el “negocio”, antes intentó ser albañil, plomero y hasta bombero, nunca le fue bien y menos con la pandemia. “Fue mi mujer, quien hace un café riquísimo, quien me dio la idea”, recuerda el joven de 28 años, padre de 3 niños.
Se para diariamente a las 3:30am para ayudar a María, su esposa, a preparar cerca a 10 litros de café. “Me ubico en la carretera a las 4:30am, desde esa hora la GNB está permitiendo desde esta semana hacer la cola para la E/S Auxiliadora”.
Cuando está a punto de agotarse el contenido de los tres termos que cuelga de sus hombros dentro de dos bolsos, envía un mensaje de texto a María, quien envía provisiones con su hermano Héctor en una moto. “Vivo cerca de aquí (barrio Francisco de Miranda), por lo que difícilmente me quedo sin café”, agrega entre risas.
El negocio de este joven tiene una extensión de unos 800 metros, espacio que comparte con Asdrubal, un hombre de 45 años del sector Las Minas quien tiene más de 6 mesea vendiendo cigarros y tortas.
“Somos la dupla perfecta, él -señalando a Ángel- vende el café y yo el cigarro para que la gente no se aburra en la cola”, reseña.
A diario vende entre 12 y 20 cajas de cigarro. “La ganancia no es muy alta, pero al menos me alcanza para llevar la comida a la casa”, dice.
Historias similares se repiten en diferentes tramos de la vía. En los primeros kilómetros lo que varia es la mercancía y la hora de venta. “Depende de si hay o no cola, yo tengo lista una caja con chuchería y estoy pendiente por la ventana de mi casa”, detalla Edgar.
Un choque, derrumbe o un accidentado significa para este joven de 18 años dinero. “Camino unos dos kilómetros entre la cola y llego a vender hasta 40 $ en un día, mi zona es la Panamericana, tengo vecinos que hacen lo mismo pero en la Valle – Coche, allí sí se mueve bastante plata”.
Daniel Murolo