A los caminantes se les identifica por lo holgados que van de maletas. Muchos llevan el morral con el tricolor venezolano, símbolo del éxodo. Entretanto, los retornados entran más cargados, la mayoría de las pertenencias las guardan en los coloridos costales que compran al llegar a Norte de Santander.
Por Jonathan Maldonado / lanacionweb.com
En el corregimiento de La Parada, en Colombia, suelen mezclarse. Algunos caminantes establecen empatía con los retornados, para tenderse la mano mutuamente. Grupos de migrantes aguardan en esa zona mientras logran un dinero para proseguir el trayecto. Los que van de retorno a Venezuela esperan su turno para atravesar el paso binacional.
Glendy Pérez, de 21 años, se encontraba apostada en la isla de la autopista que conecta con el puente. Específicamente, se hallaba bajo el amparo de un árbol, y posando su humanidad en uno de los costales que lleva consigo. “Nos dicen que debemos esperar, pues la prioridad la tienen los ancianos, mujeres embarazadas, niños y discapacitados”, dijo.
Según Pérez, las organizaciones que están colaborando en la localidad neogranadina les dicen que deben esperar hasta el 1 de noviembre, fecha en la que muchos anhelan la apertura de los pasos binacionales. “Tengo una semana durmiendo en la calle para poder regresar a Venezuela. Vengo de Bogotá”, señaló.
Allá, en la capital colombiana, la joven vivía de la economía informal y, frente al escenario provocado por la pandemia, la situación se tornó “ruda y me quedé sin trabajo. Nos regresamos mi papá, mi esposo y yo. En los costales lo que llevamos es ropa y zapatos”, aclaró mientras, casi a su lado, se encontraba una familia de caminantes, con la que ya había establecido conversación.
“A mi pensar, yo apoyo más a los que se están viniendo, que a los que estamos regresando. Aquí afuera, aunque también es difícil, hay más posibilidades de hacer algo. Yo me quedé sin trabajo en Bogotá, pero no pude seguir buscando porque debo resolver un problema personal y es lo que más me hace retornar”, aclaró.
Queremos hacer lo de los pasajes
Isabel, de 49 años, tenía un día de haber llegado a La Parada, tras haber atravesado los caminos verdes. “Duramos cinco días para poder llegar a la frontera. Fue horrible, pedimos colas, caminamos. Queremos irnos a Bogotá, pero no contamos con los recursos para los pasajes; estamos vendiendo cigarros”, puntualizó.
La señora, del estado Carabobo, hizo la travesía con su hija, nieto y esposo. “En el camino siempre estuvimos en grupo. Éramos cerca de 12 personas. Me hizo migrar el hecho de no tener trabajo, y lo que uno logra hacer no alcanza ni para comer”, acotó con la tranquilidad que le generaba el ya estar en Colombia. “Objetivo cumplido”, dijo.
Isabel y su hija, Rosángela, se encontraban descansando cerca de los costales de Glendy Pérez, retornada con quien habían empatizado en las últimas horas. “Hubo mucha gente que nos ayudó en el trayecto, pero igual fue muy fuerte. El sol nos agotaba, y muchas veces tuvimos que caminar largas rutas porque no había aventones”, detalló Rosángela.
La joven, de 21 años, y madre de un niño, dejó claro que su hijo ha sido el gran motivo para dejar su patria. “Quiero brindarle un mejor futuro a él. Aquí, en La Parada, estaremos hasta que consigamos lo de los pasajes. Estamos vendiendo cigarros”, recalcó.
A escasos metros, Elizabeth y David, pareja de retornados, esperaban su turno para regresar a Venezuela. Mientras eso pasa, sus humanidades descansaban sobre los costales que llevan consigo. “Nos preocupa nuestra hija, uno aguanta, pero ellos se cansan más rápido”, destacaron.
“Aún no sabemos cuándo nos tocará. Somos de Barquisimeto y sabemos que allá las cosas no están nada bien, pero tenemos nuestro techo y nadie nos puede sacar de allí”, precisaron quienes experimentaron ciertos matices de xenofobia, “sobre todo al momento de buscar alquiler”.