A los 52 años, el magnate sudafricano que acumula una fortuna de algo más de 200 mil millones de dólares, está envuelto en una contienda que no es por plata, con su par tecnológico que busca resolverse a los golpes en un ring. La rigurosa educación que le dio su padre con la disciplina del ejército, las noches en que durmió sobre una alfombra con su familia y los problemas que le genera su síndrome de Asperger.
Por infobae.com
El hombre más rico del mundo cumple 52 años, porque no hay fortuna en el mundo que te libere del paso del tiempo, envuelto en una trifulca tonta de chiquilines de barrio. Gente grande, caramba. Elon Musk, que nació un 29 de junio de 1971 en Pretoria, Sudáfrica, desafió a pelear a Mark Zuckerberg, otro tipo millonario que es cabeza, como él, del mundo tecnológico y hasta científico.
Musk tiene una fortuna calculada en algo más de 200 mil millones de dólares, cifra que al menos cura la gripe de cualquier persona, y Zuckerberg acumula en la billetera unos 102 dos mil millones de dólares, según las revistas especializadas en calcular la fortuna ajena. Hay que tener en cuenta que en esos cálculos siempre hay un par de miles de millones de dólares que se pierden en gastos menores, impuestos, donaciones, fundaciones, lobbismo, proyectos que se van al traste, champán, sopa y esas cosas.
No es por la plata que se pelean; el dinero, ya se sabe, va y viene. Resulta que Musk compró Twitter y Zuckerberg, fundador y presidente de Facebook, desde 2021 Meta Platforms, anunció su intención de competir con la empresa de Musk con otra propia, llamada Project Barcelona. Musk se picó y lanzó por Twitter algunos mensajes caldeados contra Zuckerberg y, en uno de ellos, dijo que estaba “dispuesto a pelearse” con él. Cualquier gente sensata hace de eso un chiste. Pero Zuckerberg le contestó, vía elipsis, con una historia de Instagram que incluía el tuit de Musk y una leyenda: “Send me location”. En buen español, “Decime dónde”. Gente grande, caramba.
Musk se picó y lanzó por Twitter algunos mensajes caldeados contra Zuckerberg y, en uno de ellos, dijo que estaba “dispuesto a pelearse” con él. Zuckerberg le contestó, “Decime dónde”
Y Musk le dijo dónde y cómo. En Las Vegas, en un ring octogonal y bajo las reglas de la MMA, Artes Marciales Mixtas por su sigla en inglés. La lucha MMA consiste en que dos tipos se descosan a trompadas y patadas hasta que uno de los dos quede inútil, tieso o inconsciente: esto último no es imprescindible, pero a veces es necesario. Esas no son formas. Las hay más tradicionales y eficaces: a sable y a primera sangre, o a diez pasos y con pistola. Y el que queda, queda. Seremos muchos menos en el mundo, pero con el honor a salvo.
Musk es un hombrón de metro ochenta, categoría veteranos ya, pero que en su infancia aprendió artes marciales, judo, levantó pesas y se fortaleció para sobrevivir esos años duros. Zuckerberg es un muchacho bien plantado, de 39 años, que también hizo de su cuerpo un santuario en base a crossfit, jiu jitsu, risk sports y otras técnicas y usanzas de nombres extraños que consisten en lo mismo: echar los pulmones en el gimnasio. Que los dos se enfrenten en un ring con las reglas de la MMA lleva de cráneo a dos reflexiones. La primera, casi de orden estético. Ese deporte consagra a la mocedad. En la treintena estás más cerca del partido homenaje que de ser la revelación del año. A los cincuenta y dos, ni hablar. Por otro lado, la vestimenta de los luchadores de MMA, que se supone lucirán Musk y Zuckerberg, consiste únicamente en un ceñidísimo pantaloncito corto, literalmente pegado a la piel, que no deja nada librado a la imaginación y en cambio sí lo pone todo vecino al desborde. En esos casos, como en tantos otros, de lo épico a lo ridículo hay milímetros. Segunda reflexión: si las cabezas pensantes y millonarias de las empresas líderes en comunicación, ciencia y tecnología, andan metidas en estas paparuladas, malos vientos se avecinan.
El provocador ha sido Musk, el hoy cumpleañero que destinará parte de su fortuna a una modesta fiestita. Padece del síndrome de Asperger, un trastorno menos grave del espectro autista, que afecta su capacidad de socializar, de comunicarse, de expresar acaso afectividad, y que deriva en una conducta social cuanto menos inusual, pero que al mismo tiempo impulsa en la persona que lo padece un interés profundo, obsesivo casi, hacia proyectos, pensamientos, caprichos y actividades específicos. Se lo detectaron cuando chico. Una anécdota pinta el drama de infancia de Musk y fue revelada por su padre, Errol Musk, que es otro personajón de esta historia. Dijo Errol que, en su colegio de infancia, Elon hizo un comentario a un chico que había sufrido el suicidio de su padre. El chico reaccionó y empujó a Elon escaleras abajo y lo mandó al hospital. Nada grave, pero quedó maltrecho. “Cuando supe lo que le había dicho -reveló Errol- supe también que había traspasado un límite”.
En esa fragua se forjó Elon y sus dos hermanos, Kimbal y Tosca. El padre, golpeador y bebedor social, ese eufemismo elegante que lo disimula casi todo, dijo una vez a la agencia France Press que había educado a sus hijos varones “como buenos chicos sudafricanos, con el rigor y la disciplina que aprendí en el ejército. Fui un padre estricto. Mi palabra era ley.” Ahí queda eso.
Los padres de Musk eran gente de fortuna, Errol era ingeniero y promotor inmobiliario sudafricano, socio en una mina de esmeraldas de Zambia. Ella, Maye Haldeman, era canadiense, modelo y nutricionista. “Teníamos tanto dinero -dijo Errol ufano- que ni siquiera podíamos cerrar nuestra caja fuerte”, manía que tiene la gente de abrazarse a las cajas fuertes. En 1979, cuando Elon tenía ocho años, Maye huyó del marido maltratador, se divorció y se mudó a Durban. Al año siguiente, Elon empezó a programar en una Commodore Vic-20 (¡Oh, Commodore, la madre de las compus de infancia!) que tenía 8 kb de memoria RAM: no se rían, era un avión. A los doce había diseñado su primer video juego del espacio al que llamó “Blaster”: había que destruir un carguero extraterrestre que transportaba bombas de hidrógeno. Lo vendió por quinientos dólares a la revista sudafricana “PC and Office Technology”. Para entonces, había decidido ir a vivir con su padre a Johannesburgo y con los años se unieron sus dos hermanos. Fue entonces cuando creció hasta el metro ochenta y tomó clases de karate, judo y lucha, tenía dieciséis años, para defenderse del maltrato de sus compañeros, muchos enfurecidos por los juicios sin filtros del adolescente con síndrome de Asperger.
Lea nota completa Aquí