Es solo otro día caluroso en El Callao, al sur del estado Bolívar. Cada quien está cumpliendo sus labores, sumergidos en su rutina. Al sitio al que vamos no tiene identificación. El vidrio de una de las puertas está medio roto por un disparo de bala. Afuera hay silencio, pero adentro se escuchan varias voces.¿Quieres recibir nuestro exclusivo boletín informativo en tu correo? ¡Suscríbete a #BoletinPatilla!
Por Pableysa Ostos / La Patilla
Ese es tan solo uno de las más de 10 curatelas (nombre que usan para hacer referencia a los prostíbulos) que operan en El Callao. Al entrar, la iluminación es poca. Hay pequeños cuartos en condiciones precarias y una sala donde un grupo de hombres aguardan sentados en sillas de plásticos.
En el patio, se escuchan las conversaciones de diversos temas. Cada una de las mujeres que está allí habla de su familia, sonríen; a otras, les molesta la presencia de la prensa. Tobos cargados de agua, la bolsa de detergente va de mano en mano, mientras que algunas se apoyan en una silla para colocar la ropa que están lavando. Aprovechan el tiempo, porque saben que cuando se meta el sol deben trabajar.
Físicamente son distintas, sus edades también varían: pueden verse mujeres muy jóvenes de 18 años y otras de 40 años. Las une su oficio en común, que es la forma en que hallaron para ganarse la vida. Admiten ser madres solteras y venir desde distintas partes de Venezuela. Algunas son de Nueva Esparta, otras vienen de Valencia, también de Anzoátegui, entre otras regiones. La crisis económica ha empujado este fenómeno de la migración interna de mujeres hacia las poblaciones mineras al sur de Bolívar.
“Hace días me dijiste que tu hija no te reconoció cuando fuiste a tu casa. Hace unas noches me levanté pensando en eso… Y que tal vez me pase eso con mi hija. Me da temor que no me reconozca o que mi familia sepa que estoy en El Callao trabajando de prostituta”, fue el comentario de una mujer a su compañera. Ella tiene más de 6 meses trabajando ahí. Se trasladó desde Margarita hasta El Callao.
Entre sus anhelos está “tener trabajos normales, en condiciones normales”. No quiere verse en la necesidad que mentirle a su familia y mucho menos estar lejos de sus seres queridos. “Maduro es culpable de esta situación. La crisis nos ha hecho emigrar dentro de nuestro propio país para poder seguir alimentando a nuestras familias”.
Actualmente lo que cobran por pasar la noche con un cliente es 1.5 gramos de oro, de los cuales solo reciben 1 grama. El resto está destinado para el dueño del sitio donde trabajan. La grama o gramo de oro es de 155,00 bolívares por transferencia y 170,00 bolívares en efectivo, es decir, entre 37 dólares y 41 dólares.
Desamparadas
La Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer establece en su artículo 4: “Toda mujer tiene derecho al reconocimiento, goce, ejercicio y protección de todos los derechos humanos y a las libertades consagradas por los instrumentos regionales e internacionales sobre derechos humanos”.
Norkys Salazar, coordinadora del área de género de la Comisión para los Derechos Humanos y la Ciudadanía (Codehciu), asevera que la prostitución en Venezuela no es un delito, no hay un artículo en alguna ley que lo constituya en delito, pero hay que tomar en cuenta de que las mujeres que se dedican a esta actividad son humilladas, perseguidas y muchas veces matraqueadas por las autoridades. “El Ministerio del Trabajo no lo reconoce como un oficio o trabajo como tal, pero el Ministerio de Salud realizaba la carnetización, permitiendo así regular y contabilizar a las mujeres que se dedicaban a esto”.
Según Salazar, las mujeres no solo están indefensas legalmente, sino que tampoco el sistema sanitario venezolano les brinda protección para su salud. Actualmente los ambulatorios y los hospitales no cuentan con antivirales, condones, algún tipo de anticonceptivos para que las mujeres puedan prevenir un embarazo, o proporcionarles medicamentos para alguna infección de transmisión sexual. Ellas no pueden realizarse algunos exámenes o chequeos médicos preventivos, porque carecen de dinero para costearlos.
A todo riesgo
“Es una profesión riesgosa y muchas estamos aquí es por la necesidad. Nos estábamos muriendo de hambre y nos tocó salir de nuestras casas y ciudades para tratar de seguir llevando el pan a nuestras familias”, comentó María (nombre ficticio).
Ella se trasladó desde el estado Anzoátegui hasta El Callao. Allá dejó a 3 niños al cuidado de su progenitora. Es madre soltera. “Semanalmente le envió dinero a mi mamá, porque ella es la que me tiene a mis hijos. Eso es lo más doloroso, no poder verlos todos los días, abrazarlos, darles un beso. Mi mamá sí sabe a lo que me dedico aquí, pero evidentemente mis hijos no. Aquí se corren muchos riesgos, sobre todo cuando tocan servicios en las minas. Algunas han sido drogadas y por poco no han muerto por sobredosis”, relata María.
Las mujeres comentan que desde el inicio de la cuarentena en Venezuela, sus ingresos han disminuido debido a que “vienen menos clientes. Por un ratico cobramos 5 puntos (unos 20 dólares), por la noche 1 grama de oro (cerca de 40 dólares), pero a veces pasamos la noche sin atender a ningún cliente. Se nos pone duro el trabajo a nosotras también y es aún más preocupante cuando uno es el sustento de su hogar”.
“Un día a la semana vamos hasta la sede de la Policía del Estado Bolívar donde sellamos nuestros cartones de control. En el hospital nos han dado preservativos, pastillas anticonceptivas”, relataron.
Brecha insalvable
El diputado Américo De Grazia señala que “lamentablemente la deuda social que se tiene con los venezolanos y los guayaneses se incrementa, y tiene su expresión en esta tragedia. El hambre induce a la prostitución, a la delincuencia, que pensábamos podía superarse en medio de una abundancia. El extractivismo no es justamente una solución, y la extracción del oro, del diamante y del coltán en el Arco Minero de la muerte, ha profundizado la descomposición social”.
El parlamentario advierte que la prostitución es uno de esos rostros de la decadencia en que está sumergido el país. La prostitución forzosa e inducida envilece a los pueblos indígenas que viven en esas zonas, donde se usa a la mujer como objeto y sujeto de esa descomposición social.
De Grazia señala que la brecha social entre ricos y pobres se ha profundizado. “Es una herida abierta de difícil sanación, y que solo puede ser atendida si cambiamos de modelo, que pasemos del extractivismo a un modelo económico sustentable, que abra nuevas alternativas para la región y el país”.