“Ana Gabriela no recordarás nada de lo ocurrido a la cuenta de tres”, es una de las últimas frases que la adolescente escuchó de su victimario, minutos antes de ayudarla a vestir. “Superaste la evaluación, ya tienes tu cupo asegurado, solo falta la prueba física”, remataba Agustín en la puerta de su casa, ubicada en el sector Pacheco de Los Salias.
Ana Gabriela –nombre ficticio para proteger la identidad de la víctima- y su madre no durmieron la noche anterior. La posibilidad de obtener un cupo en la Universidad Central de Venezuela (UCV) tenía emocionada a la joven de 17 años y en oración constante a su madre, quien pedía a Dios “sabiduría” para que la más pequeña de sus hijas superara la prueba.
Una semana antes un compañero de clase de Ana ya había estado en la casa de Agustín, un hombre casado de unos 60 años, encargado de la funeraria de San Antonio de los Altos, quien había llegado semanas atrás a la escuela Dilia Delgado de Bello ofreciendo cupos gratis en la UCV para estudiar medicina forense.
“Con la actual situación país es imposible para una familia de bajos recursos -como la de Ana y sus compañeros-, pagar una universidad privada, por lo que la oferta del hombre resultó atractiva”, indicaba una vecina del popular sector, quien aún no sale de su asombro al conocer lo que Agustín, ampliamente conocido en la comunidad por su trabajo como embalsamador, había hecho.
Ana llegó esa mañana a su cita cerca de las 8:00 am. El hombre la recibió en la puerta y tras reclamarle el hecho de haber caminado desde su casa, por el peligro que implicaba, la hizo pasar. Tomó de la mesa de la sala la carpeta que previamente Ana le había entregado, dentro reposaba una copia original de la partida de nacimiento, cédula ampliada de ella y su madre y los resultados de un perfil 20 y una prueba de embarazo.
En el mes de abril la directora de la institución, prima del sexagenario, había convocado a una reunión a los representantes de los estudiantes de 5to año. Les contó de la propuesta hecha por Agustín, que consistía en realizar una prueba especial a los estudiantes dispuestos a estudiar la referida carrera en la UCV.
La joven llegó ese martes 11 de junio al lugar indicado, una casa de fachada amarilla ubicada a pocos metros del liceo, porque según el nuevo profesor la prueba no podía hacerse en la sede de la universidad en Caracas por la falta de transporte y tampoco en el liceo porque ameritaba “total concentración”.
Durante los primeros minutos Agustín nunca paró de hablar, ni siquiera mientras Ana respondía la prueba escrita. “Te gusta tocar algún instrumento musical”, preguntó logrando la atención total de la joven, quien le explicó que había intentado aprender algo de guitarra y cuatro en algún momento de su vida.
Tras ponerse de pie y tomar una guitarra de una esquina, avanzó hacia la adolescente que permanecía sentada y a pocos centímetros de su rostro comenzó tocar. Ana asocia la sensación que comenzó a sentir en su boca con la misma que genera la anestesia que colocan los odontólogos.
La canción “El Último Beso” de Leo Dan fue cortada en seco y reemplazada por una frase que repitió sin cesar hasta lograr su objetivo: “Ana María vacía tu mente, ponla en blanco y da paso al sueño”. A la sensación de hormigueo en boca, manos y piernas se sumó un profundo cansancio. “Ponte en posición de descanso”.
Su cuerpo respondía sólo a sus órdenes. “Ahora ponte de pie y quítate la ropa” agregó; tras despojarla de la chemise y ayudarla a sacarse los ajustados jeans que habían quedado atascados en sus tobillos, la condujo a la habitación tomada de la cintura. Mantenía una lucha entre su mente y su cuerpo.
Desde la cama en la que fue acostada desnuda, Ana recuerda claramente poder ver, bajo sus pesados parpados, un closet y un jarrón azul. “Mastúrbate”, le pidió en un tono amable, mientras manoseaba sus pechos. Ana se sentía atrapada dentro de un cuerpo que no le pertenecía, que había dejado de obedecerle.
Una semana antes, en la misma habitación, Agustín había examinado al primero de los tres estudiantes que optarían por un cupo. Al adolescente intentó hipnotizarlo utilizando la misma técnica, pero ante la reacción del muchacho cuando tocó sus testículos y pene, decidió abortar la misión no sin antes aclararle, para evitar espantar a sus futuras víctimas, que a las niñas no les haría la misma prueba.
Ana había recibido el recado e incluso se lo había comentado a su madre, pero ante la insistencia de las autoridades de la escuela que calificaron como “intachable” el comportamiento de Agustín, decidieron continuar con el proceso de selección.
Pasaron más de tres horas desde el momento que entró en la casa amarilla. Desde diferentes puntos de la habitación la observó masturbarse por varios minutos, quizás horas, antes de invitarla a repetir una nueva frase mientras la vestía: “Agustín es un hombre serio, responsable, honorable (…) al contar tres solo recordarás hasta el momento que estábamos en la mesa”.
20 años antes, usando la misma técnica de hipnosis, el sexagenario de estatura baja, contextura delgada y abundantes canas, habría presuntamente abusado de una dama quien, tras conocer a través de la prensa lo ocurrido con los dos liceístas, había acudido a las autoridades a denunciar su caso.
Ana, tras hacerle creer que había logrado “vaciar su mente”, llegó ese mediodía corriendo a su escuela. Alertó de lo ocurrido a su madre, quien avisó a la policía municipal. Desde ese día, tras admitir lo ocurrido, el embalsamador permanece recluido en una pequeña celda en la sede de Polisalias.
Y aunque en la actualidad sólo tres denuncias por abuso sexual hay en su contra, los residentes de la popular comunidad sanantoñera tienen la certeza que la lista de posibles víctimas es mayor, “hablamos de quienes se resistieron a su hipnosis pero y quienes no, cuántas personas sí vaciaron su memoria al salir de allí”, se pregunta una de las docentes de la escuela visiblemente afectada.
Mientras que la posibilidad de que pueda salir bajo fianza, aterra tanto a Ana como a su madre. Aún quedan muchas interrogantes que, para familiares y vecinos de Ana, las autoridades deben aclarar, “actuó sólo o se trata de una especie de banda, mientras no se aclaren la dudas será difícil hablar de justicia”, sentencian.
Daniel Murolo