El mismo día que cumplió dieciséis años, la reina Isabel se desposó con Francisco de Asís de Borbón, duque de Cádiz, su primo carnal por doble ascendencia, dado que los padres de la reina y del rey consorte eran hermanos, igual que las madres. Para acabar de preparar este explosivo cóctel borbónico, entre los progenitores de cada uno de los cónyuges mediaba parentesco de tío con sobrina carnal, el más próximo grado de consanguinidad que las dispensas canónicas y civiles podían consentir a quienes se casaban entonces.
Por La Razón
Pero todo eso de nada importó cuando existían poderosas razones de Estado. La injerencia internacional era palmaria. Inglaterra apoyaba la candidatura del príncipe Leopoldo de Sajonia-Coburgo, primo de la reina Victoria y favorito de la propia princesa Isabel. Pero Francia lo vetó. Se barajó entonces otro posible enlace de Isabel con Carlos Luis de Borbón, conde de Montemolín, con el cual se habrían ahorrado seguramente disputas dinásticas y guerras carlistas. Pero también se descartó. Se optó así finalmente por Francisco de Asís, un candidato de consenso que solo planteaba problemas en la regia alcoba. Pero eso tampoco les importó a quienes debían imponer el matrimonio consanguíneo como fuese.
Tras el apañado enlace, el apellido Borbón figuró hasta en la sopa: sus ocho primeros apellidos eran el mismo… ¡Borbón! Habría que remontarse a la reina María Amalia de Sajonia, esposa de Carlos III, para que variase el apellido. Como hacía notar el doctor Manuel Izquierdo, el apellido Borbón de Alfonso XII era el primero del padre oficial (Francisco de Asís), del abuelo (Francisco de Paula) y del bisabuelo (Carlos IV). Y el apellido Borbón de Alfonso XII era el primero de la madre (Isabel II), del abuelo materno (Fernando VII) y del bisabuelo (Carlos IV). «Tan reiterados fueron los matrimonios dentro de la misma familia –advertía Luis Cortés Echánove–, que los hijos de la nueva pareja serían Borbón, Borbón, Borbón, Borbón, Borbón, Borbón, Borbón, Borbón Sajonia, etcétera».
Francisco de Asís padecía, igual que su tío Fernando VII, deformación genital, solo que al revés: su miembro viril era demasiado reducido, lo cual, según algunos de sus contemporáneos, le hizo ser impotente. Lord Palmerston no tenía la menor duda sobre su grave limitación: «Inglaterra –escribió– jamás dará su apoyo al enlace de Su Majestad con el infante D. Francisco de Asís, porque este príncipe está imposibilitado física y moralmente para hacer la felicidad privada de Su Majestad y la de la nación española». Pero se equivocó.
El historiador Morayta tampoco apreciaba al novio, de quien decía que «era incapaz de abrigar una idea buena y más incapaz aún de dirigir y educar a una mujer». Refería también el conde Paul Vacil, en sus memorias, que la reina se quejaba frecuentemente: «Ninguna mujer más engañada que yo en su matrimonio. Busqué un hombre y solo encontré un infante». Se llegó incluso a decir que la reina María Cristina hizo muy agudas observaciones al embajador francés sobre las caderas del muchacho, y que su hija Isabel comentó una vez, riéndose, que no le importaría casarse con él si ella fuera hombre.
«Paco Natillas es de pasta flora»
El doctor Gregorio Marañón aludía veladamente a Francisco de Asís, citando los versos de una estrofa de «La Corte de los Milagros», de Valle-Inclán, que confirmaban el desviado talón de Aquiles de este rey al que entonces ridiculizaban en todas las cortes de Europa apodándole «Paquita». Marañón decía de él que, a causa de su deformación genital, tenía que «orinar en cuclillas, como si fuera una mujer», siguiendo la copla popular: «Paco Natillas/ es de pasta flora/ y se mea en cuclillas/ como una señora». Su propio médico de cabecera corroboraba que su aspecto no era precisamente varonil: «La constitución del rey era enjuta, de mediano desarrollo orgánico». Ligeramente asténico y aprensivo (no consentía recibir en audiencia a quien estuviera constipado), Francisco de Asís moriría octogenario, de una pulmonía.
De sus hermanas, la que más se parecía a él era Pilar, que fallecería de una meningitis tuberculosa. La mayor, Isabel, murió pocos meses antes de cumplir los ochenta años, en París, de una esclerosis generalizada.
Puestos a completar el perfil de un auténtico varón, Francisco Herrera Luque, que fue jefe de la cátedra de Psiquiatría de la Universidad Central de Venezuela, ponía la mano en el fuego porque Francisco de Asís era homosexual. Y hasta la propia reina Isabel II contaría años después al embajador de Alfonso XIII en París, Fernando León y Castillo, que la ropa interior de su marido tenía más encajes y puntillas que la de ella.