Luego de siete años de caída acumulada del producto nacional, el único alivio real es haber tocado fondo, pero distamos mucho de creer que ya emprendimos un proceso firme de recuperación con tasas elocuentes de crecimiento de la inversión, la producción y el empleo.
La liberación cambiaria de facto, inducida por el advenimiento de una corriente de dólares producto de remesas y de capitales privados, acompasada con una permisiva economía de puertos ha dinamizado en alguna medida el sector comercio. Se habla de un crecimiento de 10 – 12% en relación al primer trimestre del último año. No obstante, se trata de un sector que se redujo en 40% durante los años de caída de crecimiento del producto nacional. En todo caso es el único segmento de la economía que realmente crece, aunque transando productos que en buena medida no son de origen nacional. Es bajo el poder dinamizador de ese comercio sobre la economía.
Por otra parte, las cargas tributarias que pretende imponer el régimen, acompañadas de un aumento inusitado del costo de servicios públicos, que continúan altamente deficientes, están provocando un desplazamiento acelerado de empresarios hacia la economía informal, el cual se suma a la ya enorme informalidad laboral. Se estima en más de 50% la informalidad empresarial. Es obvio el severo impacto que esto habrá de tener en las posibilidades de recaudación de la renta interna y de contar con recursos públicos para la inversión.
La economía no crece por pedacitos, salir de situaciones de estancamiento exige una fuerza motora que arrastre todos los factores de la producción. Ese rol lo jugaba por décadas el petróleo en nuestra economía, la locomotora que halaba el resto de los sectores, pero hoy tiene posibilidades materiales casi nulas para hacerlo. Con un régimen desconfiable, incompetente, piratesco, sin crédito ni inversión externa, el cambio político continúa siendo la condición necesaria para una sostenida recuperación económica.