La crisis nacional arrecia a medida que pasan los días y con ella la desesperanza que pareciera arroparnos a todos. Pero en medio de dichas desgracias diarias que pueden venir con el rostro de la crisis producto de la revolución, o como los embates de la naturaleza, aunado a el resultado de vivir en el descarado olvido de este régimen abyecto; parecieran surgir suertes de espejismos que nos permiten tomar un respiro y tener bocanadas de oxígeno, como sucede en otros países. Las medallas obtenidas en Tokyo, los 500 cuadrangulares de Miguel Cabrera o esa luz que ha traído la proliferación de nuevos negocios (cafés, restaurantes, bodegones, etc.), aunque sea solo para mirar un asomo de progreso que, aunque no es tal, sirve como esperanza, aunque sea tenue, para una gran mayoría que necesita buscar fuerzas en un entorno cada día más complejo y salvaje como el venezolano.
Ciertamente es poco lo que se sabe de los capitales de esta pseudo “apertura” económica (buscando ser amable con mis palabras), poco lo que se conoce de los cerebros y bolsillos (haciéndome el inocente por educación) tras este extraño boom y muy poco lo que se entiende de las exorbitantes cifras que se necesitan para lograr dichos oasis que maquillan ínfimamente el rostro demacrado y quebrado de la economía nacional, los cuáles no son señal de real progreso sino de una burbuja ficticia propiciada por el propio régimen con dobles intereses y en cuyos anaqueles y menús se exhiben precios prohibitivos para una gran mayoría.
Igual sucede con los recientes logros deportivo nacionales; medallas y records que aplaudimos como venezolanos al unísono, pero que no son más que el resultado individual de cada deportista en su disciplina, pero no el reflejo del deporte nacional que agoniza desde hace 22 años de revolución sin apoyo, incentivos ni las condicionas propicias. Confundir los 500 jonrones de Miguel Cabrera o el record de otro mundo logrado por Yulimar Rojas, con un reflejo de mejorías en las condiciones en que se entrenan nuestros deportistas en suelo nacional; es creer que dichos oasis y espejismos son la realidad.
Sí nos hacen feliz, sí, son un bálsamo en medio de tanta tristeza colectiva; pero el país está peor cada día y la lucha continúa.
Siento ser aguafiestas.
Fernando Pinilla
IG/Tw: @fmpinilla