Trabajadoras sanitarias comunitarias del sur de Asia defienden que su trabajo es trabajo

Redaccion El Tequeno

“Profesionalmente, sigo donde estaba hace 23 años, cuando empecé a laborar como trabajadora sanitaria», dice con descontento Yasmin Siddiq, de 47 años, en la ciudad paquistaní de Karachi.  Y añade que “probablemente me jubile con el mismo cargo, como funcionaria de grado 5, sin ninguna esperanza de ascender».

El Programa de Trabajadoras Sanitarias (LHWP, en inglés), una iniciativa de la ya difunta primera ministra Benazir Bhutto (1988-1990 y 1993-1996), surgió en 1994 con el propósito de formar a mujeres como trabajadoras sanitarias comunitarias para mejorar los pésimos resultados del país en salud materno-infantil, explicó el médico Talat Rizvi, especialista en salud pública.

La iniciativa también buscaba tender un puente entre las mujeres de las localidades y el sector sanitario oficial, añadió este médico con amplia experiencia en salud materno-infantil, especialmente en proyectos comunitarios, que fue el diseñador del programara que se nutrió desde siempre con trabajadoras comunitarias de la salud a las que se formaba para la tarea.

La jornada de Siddiqi empieza a las 9:00 de la mañana, y debe ir de puerta en puerta, recorriendo entre cinco y 10 hogares en un radio de un kilómetro alrededor de su propia casa.

“Al principio, mis tareas consistían en concienciar a las mujeres casadas (en edad reproductiva) de las ventajas de la planificación familiar e informarles y prestarles ayuda sobre los anticonceptivos, asegurarme de que acudían a los controles prenatales cuando estaban embarazadas y de que les ponían la vacuna del tétanos”, explicó Siddiq.

También tenía que vigilar a los niños menores de cinco años de esa familia y vacunarlos.

Pero con los años su carga de trabajo ha ido en creciente aumento, como el de las demás trabajadoras comunitarias de salud, mientras hasta hace poco no se las reconoció como trabajadoras formales y que aún siguen sin tener los beneficios de los demás empleados del servicio público de salud en Pakistán.

“Nos pidieron que ayudáramos en la lucha contra la tuberculosis, que atendiéramos la negativa de los padres a la administración de las gotas antipoliomielíticas, que nos aseguráramos de que todos los niños menores de cinco años fueran inmunizados contra las enfermedades infantiles, lo que ahora se ha incrementado hasta 12 vacunas”, explicó Bushra Bano Arain, presidenta del Sindicato de Trabajadoras Sanitarias de Pakistán

Más recientemente, durante la pandemia de la covid-19, se les pidió que ayudasen con la campaña de vacunación.

“Y por si la sanidad no fuera suficiente, se nos pide que desempeñemos nuestras funciones el día de las elecciones”, reveló Arain, quien ejerce la función de supervisora de las trabajadoras sanitarias comunitarias.

Rizvi sintetiza así el proceso: “Con el paso de los años, la atención primaria se fue diluyendo a medida que se añadían más y más responsabilidades al barco de las trabajadoras sanitarias, y el barco se hundió”.

“El programa original de garantizar la salud de la madre y el niño pasó a un segundo plano”, coincidió la ginecóloga y obstetra Shershah Syed.

A su juicio, el programa se puso en marcha “quizás con buena intención” pero posteriormente “se ha convertido en una institución politizada”, con muchas mujeres contratadas como trabajadoras fantasmas, especialmente en la suroccidental provincia de Sind, de la que Karachi es su capital.

Puede leer aquí la versión en inglés de este artículo.

La situación no es mejor para las más de un millón de Activistas Sanitarias Sociales Acreditadas (Asha, en inglés) de India o las 52 000 Voluntarias Sanitarias Comunitarias (FCHV, en inglés) de Nepal, a las que, a lo largo de los años, se les han ido asignando cada vez más tareas, según la Internacional de Servicios Públicos (ISP).

Se trata de una federación sindical mundial que ayudó a las trabajadoras sanitarias comunitarias de Pakistán, Nepal e India a redactar una Carta de Demandas para hacer frente a las injusticias y defender unas mejores condiciones de trabajo.

Según Jeni Jain Thapa, organizadora de proyectos de la ISP en Nepal, las FCHV de su país no tienen un horario de trabajo fijo y deben estar de guardia 24 horas al día, los siete días de la semana.

Lo mismo ocurre con las Asha en India, explica Musarrat Basharat, secretaria general del sindicato de trabajadoras sanitarias del Punyab, un estado del noreste de India, fronterizo con Pakistán

“Sea cual sea la hora del día o de la noche, debemos acompañar a una parturienta al centro de salud y estar con ella hasta que dé a luz. Lo mismo con un niño enfermo. Si el bebé tiene diarrea y está deshidratado, debemos rehidratarlo y estar con la familia durante seis horas hasta que el niño esté fuera de peligro”, explicó.

Basharat remarcó que “no es que eludamos nuestro deber, pero al menos que nos paguen las horas extra o que tomen alguna medida al respecto».

Sin embargo, de las trabajadoras sanitarias de los tres países, más de 100 000 de ellas han conseguido avances significativos al ser reconocidas como trabajadoras regulares, asegurarse un salario y registrar sus sindicatos, según Kannan Raman, secretario de la ISP para Asia Meridional,

Pero en general en Nepal y la India se las considera voluntarias y no se les ofrecen salarios decentes ni mejores condiciones de trabajo, precisó.

“Tardamos 20 años en hacernos notar, cuando el Tribunal Supremo de Pakistán pidió al gobierno que nos incorporara al trabajo formal y nos convirtiera en empleadas permanentes en 2014”, afirmó Haleema Leghari, presidenta del Sindicato de Mujeres Empleadas y Trabajadora de la salud de Sind, quien es supervisora del programa de trabajadoras sanitarias comunitarias.

Pero incluso después de nueve años de ese logro, dijo, las integrantes del LHWP  “siguen trabajando sin una estructura laboral ni las normas que la acompañan”.

“Rechazamos la estructura de servicio que se nos hizo por considerarla discriminatoria”, dijo Leghari, y añadió que, al menos hasta ahora, “el reconocimiento del gobierno es mera palabrería”.

Incluso para los que empezaron en 1994, como Arain y Leghari, que se han convertido en supervisores, sus grados han mejorado marginalmente, pasando del grado 5 (que corresponde a las trabajadoras) al grado 7 (que corresponde al supervisor).

Es una gran diferencia con lo que acontece en otras secciones de los departamentos de salud, donde quienes han trabajado tanto tiempo como ellas y tienen la misma formación, “han alcanzado el grado 14, ¿por qué a nosotras no se nos ha ascendido?”, inquirió Arain.

Leghari reconoce que en junio les aumentaron el sueldo en 35 %, pero “no queremos estos aumentos ad hoc; queremos ascensos».

Además, dice que quienes se hayan jubilado después de cumplir los 60 años, estén enfermas o ya hayan fallecido deben ser indemnizados. “A ellas o a sus familias hay que pagarles la pensión atrasada”, añadió.

En la actualidad, las trabajadoras sanitarias luchan porque se contabilicen los 20 años de trabajo contratado, que, según ellas, “todo el mundo parece haber olvidado”.

Según Leghari, en otros departamentos del gobierno, cuando un empleado se jubila o sufre un accidente, enferma o muere, un miembro de su familia consigue trabajo en ese departamento.  “Nos estamos perdiendo estas ventajas porque no se han aprobado las normas a falta de una estructura de servicio”, dijo.

“Su principal reivindicación es una seguridad a toda prueba”, afirmó Mir Zulfiqar Ali, director ejecutivo de la Organización de Educación e Investigación de los Trabajadores.

La remuneración mensual de Siddiqi es ahora del equivalente a 160 dólares, frente a los 119 dólares que cobraba en junio, pero dada la escalada de los precios de los alimentos, la electricidad y el combustible, no es suficiente para una madre soltera con dos hijos que van a la escuela y a la universidad.

“Los departamentos provinciales de salud tienen tiempo para reunirse con todas las ONG internacionales y las agencias donantes, pero para celebrar una reunión en la que abordar nuestras quejas nunca encuentran tiempo”, se quejó Arain.

Kate Lappin, secretaria regional para Asia y el Pacífico de la ISP, consideró que “el inestimable trabajo que realizan las trabajadoras sanitarias comunitarias, que ha aportado un valor incalculable a las comunidades y a la salud pública, no se valora”.

Eso ocurre, argumentó, “sencillamente porque lo llevan a cabo mujeres, y el trabajo asistencial de las mujeres se desvaloriza habitualmente, incluso cuando salva vidas”.

Ante la inminencia de nuevas catástrofes climáticas, Lappin afirmó que Pakistán necesitará aún más los servicios de las trabajadoras sanitarias comunitarias, como ya se constató durante la pandemia y las inundaciones de 2022, que remecieron el ya frágil sistema sanitario del país.  Estas trabajadoras “son la primera línea de defensa en una crisis», dijo Lappin.

La dirigente gremial estuvo hace poco en Pakistán y se reunió con trabajadoras sanitarias de algunas zonas remotas, y  “quedó evidente que a menudo son la única fuente de apoyo para las mujeres de las zonas más desatendidas”.

T: MF / ED: EG

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