Carlos Alberto Montaner: China y las conspiraciones

Redaccion El Tequeno

No suelo creer en las conspiraciones secretas para apoderarse del planeta, salvo la de los comunistas, que no es secreta desde 1848. De que las hay, las hay, y de que vuelan, vuelan, como en España se dice de las brujas, pero generalmente son trampas para atrapar incautos.

La más conocida fue una fabricación de la policía política zarista contenida en un librito apócrifo titulado Los protocolos de los Sabios de Sión. Se reedita constantemente en una de las lenguas que posee gran difusión: inglés, español, francés y árabe. Especialmente el árabe. Era una invención contra los judíos. (Henry Ford cayó en ella). Supuestamente, “los judíos” se habían reunido en Suiza a fines del siglo XIX para urdir la artera maniobra de sembrar el caos con el objeto de controlar el mundo.

La última de las “teorías conspirativas” es la de los chinos. Se sabe que el foco primario del covid-19 está en Wuhan. Como el mercado de animales vivos radica en esa provincia del centro del país, donde venden murciélagos y pangolines, cerca de un Instituto de virología, basta con sumar 2 + 2 y se obtiene un culpable clarísimo: China. (El pangolín es un mamífero parecido al oso hormiguero, pero cubierto de escamas. Los chinos pudientes se los comen y utilizan las escamas con fines medicinales).

Incluso, la causa es bastante obvia: la rivalidad entre potencias para alzarse con el liderazgo planetario. De acuerdo con los creyentes en esas teorías, China pretendía hundir a Estados Unidos enviándole miles de personas infectadas. En ese caso, Italia y España serían víctimas del “fuego (no tan) amigo”. Estaban en el camino en el momento equivocado.

Esto deja sin respuesta una pregunta esencial: ¿por qué China estaría interesada en matar su “gallina de los huevos de oro”? No parece una conducta propia de una nación astuta y prudente.

En principio, el negocio les sirve a las dos puntas de quienes lo realizan. Las empresas de Estados Unidos y el conjunto de la sociedad cuentan con una fábrica enorme y remota que produce a buen precio y con una calidad media aceptable. Eso es absolutamente necesario en un mundo competitivo, mientras los chinos dan trabajo a su enorme fuerza laboral y acumulan millones de dólares que utilizan, entre otras cosas, en adquirir bonos del tesoro americano.

Si bien es verdad que la balanza comercial favorece a los chinos, tampoco hay la menor duda de que ese fenómeno ayuda a Estados Unidos a financiar el déficit, recuperando los dólares “invertidos” en la operación de mantener a los americanos razonablemente abastecidos, a precios muy baratos y con impuestos notablemente bajos.

Es cierto que China “conspiró” para evitar que se supiera el estropicio universal causado por la pandemia, y también que utilizó métodos dictatoriales para castigar a quienes se atrevían a contradecir la versión oficial, pero eso es propio de una tiranía de partido único que en el pecado llevará su penitencia. Fue lo que hicieron los rusos en Chernobil. Acallaron las protestas, dando lugar a mil rumores, hasta que Gorbachov, impulsado por la glasnost, reveló la incómoda verdad.

La transparencia es una de las ventajas comparativas de la democracia. Como lo es la crítica implacable a los gerentes del sistema dentro de los cauces institucionales. Por otra parte, las naciones democráticas, afortunadamente, carecen de destinos previsibles. Van transformándose en la medida en que la inventiva las precipita en una determinada dirección. Hoy puede ser internet el plato fuerte, pero quién sabe si el próximo es la inteligencia artificial que nos ayudará a seleccionar a las mejores.

¿Por qué el indudable progreso de China? Porque se deshicieron del colectivismo marxista-leninista y admitieron que la desigualdad en los resultados es inherente a la libertad para crear riquezas. “Enriquecerse es maravilloso” dijo uno de los jerarcas del cambio. Los chinos acabarán destruyendo el extraño régimen de capitalismo productivo mezclado con represión oficial, más cerca del fascismo que del comunismo.

La idea de que el régimen de partido único le da fortaleza al sistema es absurda. El partido único debilita el sistema, como sabemos de sobra los cubanos. Cuando existe, es imposible corregir los errores porque quienes los cometen son los mismos que deben enmendarlos. En Taiwán todo mejoró cuando el Kuomintang dejó de ser la única fuerza del país, y lo harán en la China continental cuando se presente la oportunidad. Tal vez no tarde demasiado.

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