La derrota, el triunfo y las sanciones

Redaccion El Tequeno

Se ha destacado en algunos análisis, pero me parece que hay que insistir en la cuestión: el régimen movilizó todos los recursos a su disposición para evitar que la oposición democrática repitiera su victoria en Barinas. El punto de partida del cálculo tuvo una base numérica: el triunfo de Freddy Superlano había sido por muy pocos votos. Si el poder ponía en marcha su maquinaria económica, social, política y militar, la probabilidad de revertir la primera derrota era muy alta.

Y, a partir de esa premisa, se pusieron en marcha dos estrategias: una, coercitiva, para desanimar el voto a favor de la oposición: vetar candidaturas; organizar una movilización casa por casa y apartamento por apartamento, para asegurarse que los inscritos en el PSUV irían a votar, especialmente aquellos que no asistieron durante la primera elección, hartos del predominio incompetente del clan de los Chávez. De hecho, llegaron al extremo de amenazar a funcionarios de la gobernación y de las alcaldías bajo el control del PSUV, enviaron grandes remesas de dinero para ejecutar una operación de compra de votos, hicieron una revisión a fondo de la maquinaria electoral para asegurarse que el 9 de enero se produciría una especie de deslave electoral a favor del candidato de Miraflores.

Porque esto es lo esencial: Jorge Arreaza se presentó en la campaña como el enviado por Maduro a los barineses para solucionar sus problemas. Barinas se llenó de grandes, nuevas y lujosas camionetas, ramilletes de guardaespaldas, caravanas de motorizados armados, patrullas del Sebin, de la Dgcim y otras no identificadas, decenas de autobuses, camiones atestados de militares también armados (mientras el ELN y las FARC campean a sus anchas en el estado Apure, limítrofe al sur de Barinas). El poder revistió a Arreaza de los códigos del poder, tal como los entiende la lógica y la estética del régimen: poder es un hombre que se pavonea rodeado de sujetos armados, con pasamontañas y dólares en los bolsillos.

Y esa es la otra cuestión, que debe considerarse: en diciembre Barinas se llenó de dólares que el régimen repartió a diestra y siniestra. El desfile de camiones con electrodomésticos, que los venezolanos vimos en decenas de videos por las redes sociales, fueron la escenificación pública que ocultó otra operación que no podía exhibirse de modo tan descarado: el reparto de fajos de billetes verdes ─que nadie lo olvide: el dólar es la moneda oficial del PSUV─ en varios de los poblados. Con toda esta movilización, lo que el PSUV dirigido por Cabello había estimado es que Arreaza ganaría con una ventaja no menor a los 15 puntos.

Y llegó el 9 de enero. Basta con un ejemplo para entender el carácter extraordinario que tiene en lo político y en lo social la reacción de la mayoría del pueblo barinés: Sergio Garrido, el candidato de la oposición unida y democrática, ganó en Sabaneta de Barinas, capital del municipio Alberto Arvelo Torrealba y lugar donde nació Hugo Chávez Frías.

Ese triunfo es revelador porque Sabaneta de Barinas es una pequeña ciudad, de una población que no alcanza los 30.000 habitantes. Una ciudad donde los mecanismos de control social y político del régimen están muy próximos a cada ciudadano, donde las prácticas de vigilancia son cotidianas e inmediatas, donde todos se conocen, y donde se simula y escenifica un supuesto culto al comandante eterno, que la mayoría rechaza y desprecia, aunque no siempre lo manifieste públicamente. Que allí se haya producido una reacción contra el chavismo, contra su simbología, contra su tótem, contra su marca familiar y contra el representante de esa marca y del clan de Maduro, guarda una importancia cuyas proyecciones, hacia el resto del estado Barinas y hacia el conjunto del país, son inobjetables. Lo ocurrido en Barinas testifica el sentimiento político generalizado que predomina en la nación: Venezuela debe cambiar y debe cambiar de inmediato. La sociedad venezolana está harta del régimen.

Pero corresponde poner más atención en los perdedores: los barineses doblegaron a la maquinaria del PSUV y a su jefe omnipotente, Diosdado Cabello; hicieron trizas a la operación Alacrán, cuyos resultados fueron patéticos; vencieron a la campaña de compra de voluntades con dólares, electrodomésticos, promesas y un engañoso proyecto de construcción masiva de obras públicas; dijeron no a los comisarios del régimen, a los coordinadores de los CLAP, a los jefes de las UBCH, a los funcionarios que, con franelas y atavíos rojos, recorrieron calles, plazas, comercios y hogares, en actitud entre sugestiva y amenazante, con el mensaje de que lo mejor sería votar por el candidato de la revolución, porque si ganaba el opositor, Maduro no le daría ni un centavo al estado Barinas (es decir, continuaría con la política de sistemático empobrecimiento que es su práctica desde el primer día que ocupó el poder).

Ahora, el omnipotente régimen militar de Maduro se propone sacar beneficios de la derrota: continuar con el objetivo de arrinconar a Cabello; quitarle a los alacranes el costoso financiamiento que le exigen de forma recurrente (habían prometido obtener 5% de los votos, que le quitarían a Garrido, y resulta que los análisis estadísticos demuestran que los votos de Fermín salieron de las bases del PSUV); exhibirse internacionalmente como un poder democrático, que convive con fuerzas políticas que lo oponen, que reconoce sus derrotas electorales, porque con ese expediente en las manos, se proponen, y ya están en ello, reiniciar la campaña para la eliminación de las sanciones, aunque las operaciones de narcotráfico, de tortura, de violación de los derechos humanos y de saqueo de la nación venezolana, continúen inalterables.

En eso anda el régimen: usar el triunfo de la unidad de la oposición democrática para quitarse las sanciones de encima.

Miguel Henrique Otero

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